Paula Fox
Editorial El Aleph
Sophie sonrió, preguntándose con cuanta frecuencia, o si habría habido alguna vez en que hubiera sentido el calor humano y aún sonreía cuando el gato se levantó sobre las patas traseras, incluso cuando la atacó con las garras extendidas, hasta el mismo instante en que clavó los dientes en el dorso de la mano izquierda y tiró hasta casi hacerla caer hacia adelante, atónita y horrorizada y, sin embargo, lo bastante consciente de la presencia de Otto para contener el grito que se le quedó ahogado en la garganta mientras intentaba librar su mano de aquel círculo de alambre de espino.
***
Los protagonistas de la novela son Sophie y Otto, un matrimonio burgués del Nueva York de los años sesenta. Viven una vida acomodaticia y rutinaria: alrededor de los cuarenta, con dinero y sin hijos. Constituyen el prototipo del palazo pseudointelectual de quien pasa por la vida sin entender ni preguntarse nada, como decía Platón.
Pero inesperadamente, un gato callejero al cual ella suele dar leche la muerde sin motivo aparente. Todo cambia a partir de ese momento. En una primera instancia, Sophie se niega a ir al médico, adivinamos que debido a que eso comportaría reconocer el mundo existente más allá de la fortaleza solipsista en que vive. Por eso, en lugar de actuar se pierde divagando: comienza a preguntarse qué le va a suceder, si cogerá la rabia o no, si su meticulosa existencia se desvanecerá en el dolor y el asco. No puede evitar volverse hacia sí misma y pensar que quizá merezca un destino fatal transmitido fortuitamente por ese gato.
La lectura de esta obra maestra de fuerte carga nihilista revela que el gato no es nada más que una excusa para sacudir de su aburrimiento existencial a los personajes arquetípicos que la protagonizan, los cuales viven para ellos en un mundo construido alrededor de su egoísmo.
La ambigüedad del texto es insoslayable, y presenta diversas lecturas. Podría tomarse, desde luego, como la proyección de una postura revolucionaria colectivista, pero teniendo en cuenta que Paula Fox terminó rechazando tanto el socialismo como el comunismo en su visita a la Europa de la postguerra Mundial, nos queda que quizá, en el fondo, quiera transmitirnos que existe un mundo exterior fuera de aquéllos que se encierran en sí mismos y que hay que luchar para conservarlo (mejorando sus defectos), porque es el espacio que garantiza la supervivencia de nuestra civilización: la libertad, siempre más importante que la paz.
Siempre, aunque la mayoría lo haya olvidado o ni siquiera lo haya sabido jamás.
Pero inesperadamente, un gato callejero al cual ella suele dar leche la muerde sin motivo aparente. Todo cambia a partir de ese momento. En una primera instancia, Sophie se niega a ir al médico, adivinamos que debido a que eso comportaría reconocer el mundo existente más allá de la fortaleza solipsista en que vive. Por eso, en lugar de actuar se pierde divagando: comienza a preguntarse qué le va a suceder, si cogerá la rabia o no, si su meticulosa existencia se desvanecerá en el dolor y el asco. No puede evitar volverse hacia sí misma y pensar que quizá merezca un destino fatal transmitido fortuitamente por ese gato.
La lectura de esta obra maestra de fuerte carga nihilista revela que el gato no es nada más que una excusa para sacudir de su aburrimiento existencial a los personajes arquetípicos que la protagonizan, los cuales viven para ellos en un mundo construido alrededor de su egoísmo.
La ambigüedad del texto es insoslayable, y presenta diversas lecturas. Podría tomarse, desde luego, como la proyección de una postura revolucionaria colectivista, pero teniendo en cuenta que Paula Fox terminó rechazando tanto el socialismo como el comunismo en su visita a la Europa de la postguerra Mundial, nos queda que quizá, en el fondo, quiera transmitirnos que existe un mundo exterior fuera de aquéllos que se encierran en sí mismos y que hay que luchar para conservarlo (mejorando sus defectos), porque es el espacio que garantiza la supervivencia de nuestra civilización: la libertad, siempre más importante que la paz.
Siempre, aunque la mayoría lo haya olvidado o ni siquiera lo haya sabido jamás.
P.S. No siento ninguna simpatía por John Gray y menos aún por sus trabajos. En este sentido, las cinco autoras que me he molestado en ilustrar, más concretamente los cinco títulos aquí expuestos, nada tienen que ver con el autor de: Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus. De este modo me desembarazo de posibles malentendidos y las consecuentes explicaciones oportunas.
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