PENTSAERA BASATIA
Encontré un trozo de terciopelo cosido a un maloliente pedazo de estopa deshecho, pensé en la mejor manera de acercármelo sin que se deshiciera entre los dedos, finalmente sobre el brazo de un sillón me dediqué a acariciarlo con delicadeza. Las yemas de los dedos apenas rozaban aquella triste mascota inanimada, cuando por una de esas casualidades, la cosa comenzó a tomar forma familiar ante mis ojos. Era mi propio brazo separado del cuerpo y no una maloliente... Bueno, maloliente si que era, era maloliente y muchas otras cosas, aquello era mio, lo había sido, comenzaba a transformarse en chancro, y yo que había comenzado a experimentar cierta necesidad, y que no sin cierto embarazo, me ví en última instáncia, empujado a acariciar algo suave, dulce, aterciopelado... Metí los dedos en aquel enredado amasijo de pelambre girada y revuelta de crín equina, y totalmente abotargado, me dejé envolver, aún más hacia allí adentro, primero muy hundido por los dedos, luego se extendió, sin yo moverme, hasta mitad del brazo. Sin embargo, algo dispuesto yo, no le iba a dejar tragar, no le permitiría ir mucho más allá. Aún así, a esas alturas, ya estaba más o menos claro, mi brazo no era más que un despojo, no sentía moverse dedo alguno, mi brazo, mis brazos, eran entonces, una sensación tumescente. De hecho nadie nota nada una vez le han cercenado las extremidades, si se trata de un tajo limpio, un sólo gesto, rápido... Las extremidades ya no están ahí, pueden seguir moviéndose, pero el cerebro no emite señal alguna de dolor, luego una vez al cuerpo le ha dado tiempo ya de enfriarse, comienza una especie de dolor sordo, muy fuerte. El dolor, díscolo, viaja por el interior de infinitos circuitos intercomunicados, y de manera inmediata, unas veces aqui, otras veces allá, muy lejos de la herida superficial, comienza el tejido a sentir, como una especie de agujas gruesas y de punta redonda, atraviesan la carne, y el dolor va de un sitio a otro como si estuviera totatalmente perdido en un laberinto desconocido, enmedio de una estructura demasiado grande. El dolor entonces es incapaz de mantener clara comunicación sensorial con las distintas partes del cuerpo, así las extremidades difícilmente se ven irrigadas a través de largos y estrechos conductos alveolares, y cuando la sangre finalmente, consigue recorrer la distancia que les separa del resto del cuerpo, las extremidades hace rato que se han enfriado. Sin embargo, a pesar de los interesantísimos acontecimientos de ese microscópico universo paralelo, la verdadera acción, tenía lugar allá fuera, dónde con empeño, era yo el que trataba de librar lo poco que quedava de mi brazo derecho de lo que parecía una hambrienta abstracción de mi otra extremidad superior. Aquello que había sido un miembro y que ahora, ya no era aquello, ni era miembro sino solamente agujero, parecía ahora una dilatada vagina sin pelo, una vagina frígida, sin sensibilidad, con dientes en forma de sierra. Si no ponía algo más de mi parte, aquella monstruosidad, iba a engullirme de manera algo cómica. Si tiraba deliveradamente con fuerza, desde el hombro, con la finalidad de recuperar, el resto del brazo allí enterrado, corría el alto riesgo de ser desgarrado dolorósamente, por aquella sierra de puntiagudos dientes que recubrían, los espantosos labios de aquella estrafalaria vagina. Alguna cosa tuvo que salir de allí, para que una especie de anzuelo pescara mi axila desnuda, atravesara la carne blanda lampiña de tan delicada zona, y tirara de mí hasta que el resto de mi brazo desapareciera de allí. Mi cabeza se apoyaba ahora sobre una superficie rugosa y resbaladiza, mi oreja pegada muy cerca de la obertura de aquella protuberancia adiposa. Una fuerte náusea gástrica me subía directamente hacia la boca, el olor era insoportable, si conseguía vomitar sobre aquella protuberancia desarrollada... y que no se iba a detener, iba a crecer más a partir de la nada. Aquello, parecía alimentarse, a partir del concepto de la nada que yo tenía por aquel entonces. No iba a detenerse bajo ningún concepto. Me iba a engullir, y lo más triste era que, aquella vagina hambrienta, se había agazapado alrededor de mí, esperando el momento oportuno, en la sombra, examinando sus posibilidades, haciendo inventario, despedazándome todavía ello, sin ojos para hincarle el diente a mi brazo. Así, iba a ser cuestión de tiempo, el verme tragado por aquella cosa diminuta, que solamente podía crecer bajo mi supervisión, pero sobre la que no tenía poder alguno. Y, yo pensando que aquella cosa, iba a contribuïr de alguna manera, a transiguir un cambio, una metamorfósis... La iba dejando caracolerar, para que en un eterno ritornello, en lugar de extinguirse, fuera nutriéndose, peligrosamente del sobrante que durante largo trecho, había creído, excedente era.
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