Es temprano aún: la chica no sale hasta las diez o, probablemente, las once. Ella se acuesta en la arena, se frota los puntos de la cabeza donde le pusieron los tornillos, sueña despierta. Mira la caseta. Hay una veleta en el techo: es una ballena, una Moby Dick cuya silueta se recorta contra el cielo, que se mueve hacia el norte, el sur, el este y el oeste para indicar de dónde sopla el viento. Sueña con viejos balleneros, con pescadores, sueña despierta que está en un barco, lejos de la costa, enmedio del mar. Piensa en su abuela, que la liberó. Piensa en lo orgullosa que estaría si supiera que está tomando las riendas de sus asuntos.
***
El mundo de la escritora A. M. Homes (Washington, 1961) se mueve entre los trastornos de esta vida cotidiana nuestra y los trastornos propiamente dichos: abuelas con chips en la nuca para que no se pierdan, mujeres que sacan con una jeringuilla el semen de los condones abandonados, suicidas con cónyuges que se ríen de ellos, pederastas que ofician de maestros con pederastas en proceso de aprendizaje... Precisamente la pederastia fue el tema de su mayor éxito, 'El fin de Alice', la novela que ahora reedita Anagrama en sus Compactos (en esta temporada también apareció en la misma editorial el libro de cuentos 'Cosas que debes saber').
Digamos que a Homes le agradan particularmente aquellas cosas de las que uno no hablaría en una cena de Nochebuena, lo cual conlleva un serio peligro de intencionalidad y de oportunismo (con un Bret Easton Ellis en la vida, ya tenemos bastante). Pero, a diferencia de Ellis, esta semidiscípula de Grace Paley ha sido comparada con Scott Fitzgerald y con Nabokov.
Aunque la mayor diferencia, quizá, es que da la impresión de que no quiere chocar ni empavorecer al lector, sino meterse adentro de los asuntos, saber algo más que el tópico, darle una faz reversible a la pulida realidad que se publicita.
Escribe al estilo de la última factoría estadounidense, minimal y tal: poca justificación de personaje, huida como alma que lleva el diablo de cualquier análisis de conciencia, búsqueda de la imagen luminiscente y sintética, descuadres del punto de vista (aunque no es Grace Paley, ni tampoco Lorrie Moore, ni va a serlo).
Sin embargo, la inquietud que siembra es mayor. Y también las dudas. A veces parece un Kafka dando conversación a Hannibal Lecter y otras una chica de provincias que busca un afterhours por Hell´s Kitchen. Algo así. Pero échenle un vistazo y digan ustedes.
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