11 noviembre, 2006

Segundo Suplicio

Maquinando tranquilamente y con piedad mi siguiente misión infame, ridiculicé los que habían sido hasta ahora, un simple juego de niños, inmaduro y una grave falta hacia mi propia incorregible moral, presumo qué transitoria. Se tratava entonces de cometer, plenamente consciente y nada distanciado el mayor daño y la mácula más tremenda, a mi parecer, sobre el cuerpo de un sujeto ajeno. Pase que, desde un principio he tratado inútilmente de arrepentirme de mis actos, y ahora que sé que no fueron sueño sino que realmente sucedieron, no hago más que regodearme en mi propia crapuléncia.

Haciéndo partícipes de mis fechorías, ya no sólo, a mis parientes más cercanos en grado de cosanguinidad, sino también a la vez, utilizando a auténticos y benditos desconocidos, a falta de parinetes, a los que amordazara lleno de ira e ilusión, cómo ya hiciera en un principio, con mis padres y hermanos, y aunque a estos últimos tratara de conquistarlos primero cómo amigos y tras nunca conseguir ningún vínculo que nos acercara, me ensañaba con ellos con la mayor de mis violéncias. En realidad, no existe nada que se parezca al placer flagrante experimentado con la muerte y fustigamiento de alguién similar a mi en cuanto genes y a la vez contrario a mí, respecto a acciones.

Al no tratarse de un acto de rebeldía, al no estar implícito el consentimiento en mis actos, al luchar a la vez contra ellos y contra mi en un mismo plano, al establecerse lazos de cosaguinidad y no revelarse ningún tipo de remordimiento retrospectivo, ni indicio alguno de culpa. El realizar las más funestas atrocidades sobre fulanito o menganito, incluso me daba mayor libertad. Nunca he tratado de hacer inventario ni planificar mis actividades, tampoco depende mi mayor o menor ensañamiento en los homicidios en el hecho provado, de dejarme influenciar por los ciclos astronómicos en general. Todos esos ciclos y su relación o no con el maligno, me traen sin cuidado. Yo actúo desde lo que soy y hago lo que en ese momento hago porqué así lo he estimado conveniente. Mis hazañas solamente me complacen a mí, no solamente actúo por venganza o justicia, que también, sino por el hecho de que tengo que llenar un vacío, y no se me ocurre mejor manera de llenarlo que ésta. Podría dedicarme igualmente a hacer el bien, a aliviar el dolor ajeno, o sufrir el propio.

Anoche degollé a dos jovencitas y me sorprendió la resignación que mostraban ante mi truculenta actividad. Un tajo en el cuello para cada una... un simple gesto... Luego me entretuve en vaciarlas, no comí nada in situ. Luego las abandoné a su suerte. Después de haber cenado una pechuga de pollo, me aventuré en la noche solitaria y poco después me acerqué, a una de las avenidas más concurridas... Intenté robar algunas carteras pero me fue del todo imposible. Regresé a casa y me acurruqué frente a la chimenea encendida. Tuve un sueño plácido y tranquilo, luego desperté... había polucionado.

Al día siguiente me hice con el cuerpo de un joven más o menos de mi edad. Lo había estado observando desde hace días: 1'70, casí rubio con mechas, bastante guapo. Le descerrajé un golpe en la cabeza con una palanca de hierro, me lo llevé envuelto en una bolsa de viaje de Jean-Paul Gautier. Ya en casa le administré una combinación de calmantes y somníferos, combinado con otra serie de fármacos inhibidores del dolor. Le separé la cabeza del tronco yla puse a parte. Me deshice de las extremidades inferiores y superiores... me quedé simplemente con el torso, blandito y bastante pálido. No me atreví a hacerle nada. Le obturé las heridas con calor... Pusé bolsas en los muñones, le contemple desde la distáncia. A la mañana siguiente arroje el torso y los restos a un contenedor y desayuné tranquilamente café y tostadas.

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