01 noviembre, 2006

Hemos estudiado las literaturas de algunos pueblos desde China hasta Rusia, desde el principio de la Edad Antigua hasta el límite de nuestros días, y hemos encontrado una gran cantidad de obras dignas de ser admiradas y queridas. Sin embargo, no hemos pasado aún revista a nuestro mayor tesoro, la literatura alemana. Únicamente hemos aludido al «Nibelungenlied» y a algunos fenómenos de la Baja Edad Media. Ahora queremos estudiar con especial cariño este mundo, la literatura alemana desde 1500 aproximadamente y escoger las obras que creemos querer más, y con las que creemos estar más identificados.

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De Lutero hemos nombrado ya al principio la obra capital: la Biblia alemana. Pero queremos también un volumen de sus escritos menores, ya sea algunos de los que contienen sus panfletos más populares o una selección de los discursos o un libro como el publicado en 1871 «Lutherals deutscher Klassiker» («Lutero como clásico alemán»). Durante la Contrarreforma aparece en Breslau un hombre y poeta singular, de cuya obra nos interesa solamente un delgado librito de versos, uno de los frutos más sublimes de la religiosidad y poesía alemanas: el «Cherubinische Wandersmann» («El caminante querubínico») de Ángelus Silesius. Por lo que se refiere a la lírica anterior a Goethe, nos puede bastar una de las muchas selecciones existentes. En la época de Lutero, el popular poeta de Nuremberg, Hans Sachs, nos parece absolutamente digno de figurar en nuestra colección. A éste sigue el «Simplicissimus» de Grimmelshausen, que refleja salvaje y feroz la época de la Guerra de los Treinta Años, una obra maestra por su vitalidad y originalidad exuberante. Más modesto, pero sin duda digno de nuestro amor, le acompaña «Schelmuffsky» de Christian Reuter, humorista lleno de vida. En esta zona de nuestra biblioteca colocamos también las aventuras del barón de Münchhausen, escritas en el siglo XVIII. Y ahora nos encontramos en el umbral del gran siglo de la literatura alemana moderna. Con alegría colocamos los volúmenes de Lessing; no hace falta que sean las obras completas, pero deben contener algunas cartas. ¿Klopstock? Sus odas más bonitas las encontramos en nuestra antología; con ellas nos contentamos. Con Herder la cosa es difícil, está muy olvidado y seguramente no ha terminado aún de jugar su papel. Vale la pena hojearlo y leerlo de vez en cuando, aunque ninguna de sus obras importantes se mantenga en su totalidad. En Reclam existe una buena antología y también en Kröner.

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También en el caso de Wieland es absolutamente innecesaria una edición completa de sus obras, pero su «Oberon» y quizás la historia de los abderitas («De Abderiten») no deben faltar. Amable, ingenioso, un calígrafo único de la forma, inspirado en el mundo antiguo y los franceses, partidario de la Ilustración, pero no a costa de la fantasía, Wieland es una figura singular demasiado olvidada.

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Incluiremos en nuestra colección la edición más bonita y completa de Goethe que nuestros medios nos permitan. Podemos prescindir de los dramas menores y de algunos ensayos y críticas, pero debemos poseer las demás obras, también los poemas en su totalidad. En estos volúmenes se expresa el destino del alma y muchas cosas se formulan de manera definitiva. ¡Qué camino desde el «Werther» hasta la «Novelle», desde los primeros poemas hasta la segunda parte del Fausto! Además de las obras necesitamos también los documentos biográficos más importantes, las conversaciones con Eckermann y parte de la correspondencia, sobre todo la que mantuvo con Schiller y la señora von Stein. El círculo de amigos del joven Goethe produjo algunas obras, la más bonita es quizás «Heinrich Stillings Jugend» («La juventud de Heinrich Stilling») de Jung-Stilling. Colocamos este apreciado libro cerca de Goethe y también una selección de escritos de Matthias Claudius, el «Wandsbecker Bote» («El mensajero de Wandsbeck»).

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En el caso de Schiller tiendo a hacer concesiones. Aunque no releo casi nunca sus escritos, este hombre, su espíritu y su vida me resultan grandes y subyugantes. Preferimos sus escritos en prosa (los históricos y los estéticos) y sus grandes poemas de la época alrededor de 1800 y añadimos el libro «Schillers Gespräche» («Conversaciones de Schiller») de Petersen. Me gustaría incluir aún otras obras de esa época, libros de Musäus, Hippel, Thümmel, Moritz, Seume, pero tenemos que ser rigurosos y en una biblioteca que prescinde de Musset y de Victor Hugo, no podemos introducir disimuladamentegentilezas de menor formato. De todos modos aún tenemos que incorporar de la época singular de 1800, la época espiritualmente más rica de Alemania, una serie de autores de primer rango que debido en parte a ciertas corrientes del tiempo y a una historiografía literaria muy limitada, estaban olvidados o increíblemente subvalorados. En historias populares de la literatura que sirven de manuales a miles de estudiantes, encontramos, aún hoy, sobre Jean Paul, uno de los espíritus alemanes más grandes, juicios copiados de una crítica ya caduca en los que no queda nada de la imagen de este autor. Nosotros nos vengamos incluyendo en nuestra biblioteca la edición más completa que podamos encontrar de Jean Paul. El que lo considere excesivo, que sienta al menos la aplicación de poseer sus obrasprincipales: «Flegeljahre», «Siebenkäs» y «Titan». Tampoco podemos olvidar el «Schatzkästlein» y los poemas alemanes del narrador de anécdotas clásico, J. P. Hebel.

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Existen actualmente varias ediciones buenas y completas de Hölderlin y colocamos con devoción una de ellas en nuestra biblioteca; a menudo conjuraremos esta noble sombra y escucharemos esa mágica voz. Las obras de Novalis y de Clemens von Brentano le harán compañía, aunque por desgracia falta una edición realmente satisfactoria de Brentano. Sus narraciones y cuentos no han caído nunca del todo en el olvido, pero sólo unos pocos han descubierto la profunda música del lenguaje de sus poemas. «Clemens Brentanos Frühlingskranz» («La corona primaveral de Clemens Brentano») es un monumento común dedicado a él y su hermana Bettina. «Des Knaben Wunderhorn» («El muchacho y el cuerno maravilloso»), la antología de canciones populares alemanas realizada por él y Arnim, debe figurar naturalmente en nuestra biblioteca como una de los libros alemanes más bonitos y originales. De Arnim nos quedamos con una buena selección de sus novelas cortas en la que no deberán faltar obras espléndidas como «Die Majoratsherren» («Los mayorazgos») e «Isabella von Ägypten» («Isabel de Egipto»). Siguen algunas narraciones de Tieck, sobre todo «Der blonde Eckbert»; «Des Lebens Überfluss» («La abundancia de la vida») y «Aufruhr in den Cevennen», así como «Der gestiefelte Kater» («El gato con botas»), probablemente la obra más divertida del romanticismo Alemán. De Górres falta desgraciadamente una edición adecuada. Tampoco ha vuelto a editarse desde hace muchos años una obra maestra como la «Geschichte Merlins» («La historia de Merlin») de Friedrich Schlegel. De Fouqué nos interesa solamente la sugestiva «Undine».

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Las obras de Heinrich von Kleist deben figurar en su totalidad, tanto los dramas como las narraciones, los ensayos y las anécdotas. También este autor fue descubierto tarde por su pueblo. De Chamisso nos contentamos con «Peter Schlemihl», aunque a este librito le corresponde un lugar de honor. De Eichendorff tomamos la edición más completa: aparte de sus poemas y del popular «Taugenichts» («El vagabundo») deben estar presentes las restantes narraciones; en cambio sus obras de teatro y sus escritos teóricos no son imprescindibles. De E.T.A. Hoffmann, el narrador más brillante del romanticismo, deberíamos tener varios volúmenes, no sólo sus historias cortas más populares, sino también la novela «Elixire des Teufels» («Los elixires del diablo»).

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Los cuentos de Hauff y los poemas de Uhland no son obligatorios, más importantes son los poemas de Lenau y de Annette Droste, dos extraordinarios músicos del lenguaje. De los dramas de Friedrich Hebbel, uno o dos volúmenes, además de sus diarios, al menos en forma de selección; tampoco debe faltar una edición decente, no demasiado breve, de las obras de Heine (¡también su prosa!). Luego una edición bonita, abundante de Mörike, sobre todo los poemas, después «Mozart» y «Hutzelmännlein» («Duendecillo») y quizás también «Der Maler Nolten». Podemos seguir con Adalbert Stifter, el último clásico de la prosa alemana, con «Nachsommer» («Veranillo»), «Witiko», «Studien» («Estudios») y «Bunte Steine» («Piedras de color»). En Suiza nacen en el último siglo tres narradores importantes para la literatura en lengua alemana: Jeremías Gotthelf de Berna, el magnífico autor épico de los campesinos Gottfried Keller y C. F. Meyer de Zurich. De Gotthelf nos quedamos con las dos novelas de «Uli», de Keller con el «Grüne Heinrich», «Die Leute von Seldwyla» («La gente de Seldwyla») y también el «Sinngedicht»; de Meyer con «Jürg Jenatsch». De ambos existen también poemas notables como otros nombres de poetas que no hemos mencionado los buscaremos en una de las buenas antologías de lírica mo derna que existen. El que quiera podrá quedarse también con «Ekkehard» de Scheffel. También quiero interceder en favor de Wilhelm Raabe: no deberíamos olvidar su «Abu Telfan» y «Schüderump». Pero aquí terminamos, naturalmente no para cerrarnos al mundo moderno de los libros, no, también debe haber sitio para él en nuestros pensamientos y en nuestra biblioteca, pero constituye un tema aparte. A nuestro tiempo no le corresponde juzgar sobre lo que ha de figurar en el patrimonio que sobreviva a las generaciones.

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