LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO
“No correré esos cien últimos metros aunque tenga que sentarme en la hierba con las piernas cruzadas y hacer que el director y sus fofos matones me cojan y me lleven hasta allí; pero como esto va contra sus reglas, ya pueden apostar ustedes a que no lo harían nunca, porque no son lo bastante listos como para saltarse las reglas, como lo haría yo en su lugar, por mucho que sean suyas. No; aunque sea lo último que haga en esta vida le enseñaré lo que significa honradez, a pesar de que él no lo entenderá nunca, por que, si él y todos los que son como él lo entendiesen, querría decir que estarían de mi parte, lo cual es imposible.”
“Y, cuando atravesaba los campos, supe cómo es la soledad del corredor de fondo, y me di cuenta de que para mí esta sensación era lo único honesto y verdadero que había en el mundo, y comprendí que esto no cambiaría nunca.”
“Quizá es que cuando coges el látigo te mueres.”
Allan Sillitoe, La Soledad del Corredor de Fondo, 1959
Cuando uno lee el Ulisses de Joyce de un tirón, cuando alguién se mete de lleno en la lectura de En busca del tiempo perdido de Proust, cuando no tienes más remedio que lidiar con un farragoso volúmen encuadernado de El hombre sin atributos de Mussil, puede que en definitiva en la cabeza de dicha persona se den una serie de condiciones, y quizá tengan lugar una serie de acontecimientos, un poco o del todo paradógicos. De todas maneras, creo existen al menos dos o tres libros, tan o más complejos, completos y disparatados que el Ulisses que merecieran una, aunque sea, fugaz revisión. Tal vez sus autores no sean tan eruditos y meticulosos en la prosa, al igual que lo fue Joyce en su obra magna, llevada hacia la más absoluta perfección, si me apuras, aunque en fromato algo más conciso, en Finnegans Wake. Sin embargo en ambos casos el lector no puede dejar de conjeturar, sospechar, percibir, trás un largo periplo y una lección sublime en marabalismos sintácticos, que Joyce definitivamente, ha querido tomarle el pelo, a uno. Si hoy en día leemos, La broma infinita de David Foster Wallace (1996, Mondadori 2002), El Arco-Iris de gravedad de Thomas Pynchon (1973, Tusquets 2002) o 2666 de Roberto Bolaño (Anagrama, 2004), saldríamos de dudas y pensaríamos que, efectivamente, Joyce nos ha tomado el pelo simple y llanamente. La terrible hazaña, si hacemos caso a estadísticas, de completar la lectura de el Ulisses felizmente, ha tenido a lo largo de todos estos años que han transcurrido desde su publicación, primero en capítulos en un periódico, y luego la edición completa de 1922. James Joyce empleó siete años de su vida en la composición de este memorable artilugio estilístico y un tanto pedante, de este modo para una nueva edición en español del libro, sus traductores dicen haber empleado también siete años de costosa investigación, con el fin de cotejar ediciones en editoriales diversas y las conocidas, pretéritas traducciones al castellano. La Editorial Cátedra, completaba una nueva edición del famoso libro y a la par hacía una defensa y una larga introducción al libro de al menos doscientas páginas, capítulo a capítulo, haciendo el mayor acopio posible de paciencia y apuntando buenas maneras dentro de tan mastodóntica tarea editorial, inventariando tanto la legión de detractores, como los defensores a ultranza y los más auténticos canonizadores del controvertido libro, así, como si el casí millar de páginas de cuerpo central de el Ulisses, no fueran un reto para el lector corriente que ante tal despliegue de medios, se echa cuanto menos para atrás, nos brindan una nueva oportunidad, partiendo desde cero, de disfrutar de una obra, que se empeñan en no calificar para nada, de ilegible. Además, si no quedaban aun del todo claras las intenciones definitivas de dicho nuevo ensayo, se sustraen o se obvian las notas a pie de página, para no entorpecer, en el lector su afán de conseguir terminar por fin, el libro.
Aúnque, pueda parecer una pérdida de tiempo desmedida enfrentarse a un libro, que lo cierto, es en buena parte ilegible, (pero también se decía eso en las numerosas tertulias televisadas, y en incontables cenáculos con celebridades en conmemoración del cuarto centenario de la publicación de El Quijote, de Cervantes respecto a dicha novela). Visto así, mejor provocarse cardenales en el pecho, leyendo el Ulisses, que no alguna de las famosas y farragosas novelas de Tom Clancy. No es una afición muy extendida, la de fustigarse cada día con novelones de tan elevado calibre, y tan merecida mala fama, que precisan para bien o para mal, como decía Woody Allen, una afición inusitada o deliverada hacia la sodomía o la natural disposición anal de un viejo profesor de literatura. A decir verdad, durante la soledad se hacen algunas cosas muy malas, al menos parafraseando alguna de las numerosas leyendas urbanas que pululan al respecto. Si la soledad ha de servir como dicen algunos, para endurecer el carácter, o para poder leer desde un diván estilo imperio, el Ulisses de Joyce, alguna cosa no funciona como es debido, en el universo paralelo que comprende ese fastuoso y melínfluo extraradio, al que dícese pertenece, ¿la virtud?,¿la noble oportunidad?, ¿la feliz ocasión?... de la soledad. Y, sin embargo, cuanta mucha otra gente no sólo ha disfrutado de una, más que grata compañía, al menos bajo su límpida visión (algo líquida), hasta el final de sus días y una inquebrantable valentía frente los achaques de la vejez... Muchas veces se ha dicho: el que nunca ha experimentado fervientemente el fin último de la soledad, tampoco ha conseguido experimentar en realidad, la plena satisfacción alcanzada con el hecho de conocerse a sí mismo... Pero, todo esto resulta, tan teórico e intangible. Cada uno trata de verse feliz, según y bajo determinadas, circunstáncias. Coquetear con la soledad, puede resultar atractivo e incluso beneficioso, con el fin de verse, en un futuro próximo, arropado por una multitud y uno mísmo desfalleciendo bajo penosas circunstáncias. En definitiva, de un modo muy ingenuo, ahora que tengo que lidiar con la más triste de las soledades, me sirve de algún modo todo ésto, para vislumbrar un futuro en compañía y rodeado de personas gratas (bella y apacible ingenuidad), no necesariamente afines. Si es verdad aquello de que, el último viaje, lo realizamos en absoluta soledad, con miedo. Si, no todo el mundo, si, en especial los seres queridos, no consiguen estar allí... Un modo de interiorizar la tranquilidad o el penoso paso ad infinitum... Una estrategia de disuasión... Al fin y al cabo, la nada espera. No seré yo, quién se prepare para lo peor. No seré yo.
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