31 mayo, 2006

FICCIÓN I

Mi psicoanalísta hace como que escucha. Se que no se molesta en escuchar nada de lo que le digo, lo mísmo que mis padres, o al igual que mis amigos y conocidos. Hoy le he gritado a mi madre, he intentado hacerle ver que no me escucha, pero no hay manera. Mi hermano es un cretino. Cuando era pequeño me rompía o quemaba mis juguetes, se reía de mi con sus amigos. Respecto a mis padres nunca se dieron cuenta. No se enteraban de nada. Una vecina le dijo a mi madre, si su hijo mayor se entendía con otro chico. Se descubrió el pastel, mi hermano un homosexual en potencia. Me temo que todo ello justificaría todos estos años de humillación. El ojito derecho de la mami es gay. Ya podeís imaginaros el disgusto. Mi madre me preguntó, si mi hermano mayor había intentado abusar de mi alguna vez. Le dije que no, lo cual es absolutamente cierto. Yo también soy gay. Mi psicoanalísta le dijo a mis padres que mi situación podría degenerar en una variante de la esquizofrenia. Otra prueba más de que nadie me escucha. De que todo el mundo hace oídos sordos. Mis padres no saben que soy homosexual. Mi psicoanalíasta sí que lo sabe y su marido el psiquiatra también. Mi psiquiatra descrubrió a su anterior esposa con otra mujer en su propia cama, todo el pueblo se entero de ello. Su actual esposa es también mi psicoanalísta. Afortunadamente no he desarrollado ninguna variante de la esquizofrenia, quién sabe, tal vez eso hiciera de mi vida una experiencia más novedosa. Una vez le conté a mi psicoanalísta que una voz interior me atormentaba, no era una voz que oyera. Al parecer no logré hacerme entender y me suministraron la medicación equivocada. Trás una temporada lograron dar con la formula adecuada. Yo ya no tenía ninguna ansiedad, dormía más de lo habitual, no tenía apetito alguno, pero luego mi alimentación se equilibró. Yo nunca oí ninguna voz, era mi conciencia y mi propia culpa la que me atormentaba, junto a un miedo a la muerte atroz eso si, indescriptible en su amarga morfología, que quiso la casualidad, hizo medrar el raído tejido de mi consciencia, ya de por sí algo deslavazada. Aún hoy soy incapáz de ver realizados felizmente mis proyectos. Mi incapacidad, mi inconstáncia ante todo. Un marasmo flemático de impotencia absoluta, frente a los requisitos más nímios requeridos por cualquier ser en vida. La única respuesta que se me ocurre frente a esa barrera excrementicia... es una acción radical, romper los viejos grilletes, enfrentarme a un mundo para el que no estoy preparado, y en el qué el enemigo es desconocido, esquivo, y para, y por el que me retraigo por propio imperativo moral y por miedo de hacer daño a lo que en realidad no es más que una víctima, como yo, de un jeraquía social mal llevada y muy dignificada e injusta.