MI FRACASO PERSONAL
Si algunos de vosotros habéis sentido lo que significa un atroz miedo a la muerte, no ya a una muerte que podría presentarse mañana, ni un miedo que tenga nada que ver, con que tu avión se estrelle en Las Bahamas, o tu barco naufrague en el Golfo de Florida. Se trata del miedo a la muerte en sí, al pánico ante la terrible idéa de la desaparición definitiva, en un futuro no muy lejano. La primera vez que tuve un sentimiento de similar tesitura fue a los 18. Creo que lo he contado infinidad de veces. Todo aquello del capítulo de Doctor en Alaska, aquello de regalar una parcela de tierra como regalo de cumpleaños... Yo estaba realmente hundido, y lo peor de todo es que aparecía frente a mis semejantes como un genuíno caso de cobardía e inmadurez. ¿Es que nadie era capaz de experimentar la misma sensación? La de que la vida es una batalla perdida de antemano. En aquella ocasión hubiera agradecido un ápice de comprensión, y también lo pido ahora. Sin embargo puedo sentirme afortunado, ya que grácias a las cualidades psicotrópicas de la medicina actual en salud mental, según la cuál, te tomas 300 mg de seroquel y esa sensación desaparece por completo, luego de tanto en tanto el miedo a la muerte aparece, aunque se diluye con la misma rapidez con la que tomas el desayuno. Esto acarrea por otro lado cierta despersonalización, y un pasotismo general ante cualquier circunstáncia, sin embargo decir que frente a un sufrimiento tan atroz ante la vida o ante la pérdida de esta, merece la pena asociarse de por vida a esta clase de medicamento. Simplemente en esta ocasión, me he limitado a administrar a mi organismo unos pocos miligramos más de seroquel, combinado con una píldorita de seroxat, un antidepresivo muy eficaz.
A veces tengo la terrible sensación de que me quedaré solo para el resto de mis días. Si la primera vez que tuve esa terrible experiencia fue a los 18 y por aquel entonces tenía la sensación de que había desperdiciado mi vida. Resulta ser un despertar a la vida o a la muerte, muy repentino, de un día para otro. Todo se agraba si te ves feo en el espejo, si no tienes amigos a los que recurrir en confianza plena. Tus padres no son los mejores abogados en este caso. ¿Pueden ser sinceros, ante su propio hijo? En mi caso, me aliviaba salir de paseo y admirar cada detalle del paisaje, cada hoja, cada pétalo, cada brizna de hierva… Me preguntaba a mi mismo, si aquel árbol era más viejo que yo, si aquella pared había sido repintada alguna vez, si aquel perro no había muerto ya… Lo peor son las noches, porque a la hora de ir a dormir sientes asfixia, en este sentido el único momento de alivio comienza con los primeros rayos solares, luego el día va degradándose y te sientes cada vez más angustiado. También, darte cuenta de que estás solo en ello, de que no puedes leer un libro, ni entretenerte con una película. Cuando miraba la tele me decía… “esa actriz de ahí, es joven, es guapa, se ha puesto implantes de silicona, es tan guapa y va a morir un día de estos… ¿cómo podía estar esa chica tan feliz? No es como si quisiera decirle al mundo: A ver, todos ustedes van a palmar… A mi los demás me traían sin cuidado, lo que me preocupaba era por mi, y nada ni nadie podía significar ningún consuelo.
Por todo eso, vayan a un psiquiatra o a la zona de salud mental de vuestra localidad, y seguro que os recetan un poquitín de seroquel, pero no lo mezcleis con bebidas alcohólicas. Eso sí, despediros de vuestro ritmo de vida actual, y dedicaros a la vida contemplativa. Sirvanse de los libros de Chuck Palahniuk funcionando a todo tren, como socorrido e inflamado placebo.