31 octubre, 2006

BORGES. EL INMORTAL

La fama de Borges se basa en sus ficciones, las mejores de las cuales no pasan de doce-quince páginas: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, La muerte y la brújula, El inmortal, Los teólogos y El Aleph. También fue un poeta notable, pero debemos considerar a Borges en primera instancia como un ensayista de genio a la manera de sus más auténticos precursores, el crítico romántico inglés Thomas De Quincey (1785-1859) y el peón intelectual inglés y hombre de letras Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Aquí me centraré principalmente en ellos.

Como el poeta portugués Fernando Pessoa, Borges se crió hablando y leyendo inglés y se dice que leyó El Quijote por primera vez en inglés. Desde el comienzo no hacía muchas distinciones entre la lectura como una especie de reescritura y la escritura misma. Aunque su biógrafo Emir Rodríguez Monegal lo relaciona con aquellos escritores que abiertamente convierten a sus lectores en coautores (Rabelais, Cervantes, Sterne), creo que De Quincey —en quien es prácticamente imposible distinguir la lectura del plagio y de la reescritura— le dio al joven Borges el impulso inicial para que mezclara la parodia, la traducción, los sueños y las pesadillas y la crítica literaria en esos "textos de no ficción" que hoy consideramos estrictamente borgeanos.

De Quincey, adicto al opio, llevó una vida impróvida y llena de tristezas, a lo largo de la cual se ganó el sustento como periodista y escritor misceláneo de innumerables temas: metafísica, historia, política, literatura, lingüística. En él descubrió Borges por primera vez uno de sus principios cardinales, la lengua que organiza y reescribe el cosmos:

Incluso los sonidos articulados o brutales del globo deben de ser otros tantos lenguajes y cifras cuya correspondiente clave se encuentra en alguna parte, que tienen su gramática y su sintaxis; de manera que los asuntos menores del universo deben ser espejos de los mayores.

Los espejos, como los laberintos y las brújulas, abundan en Borges: son metáforas que pretenden responder al acertijo de la esfinge tebana: ¿qué es el hombre? Borges había aprendido con De Quincey que Edipo, y no el hombre en general, era la solución profunda al acertijo. Edipo ciego, Homero, Joyce, Milton, Borges: cinco en uno. La madre de Borges murió a los 91 después de ser durante muchos años la dedicada secretaria de su hijo. Citadino, irónico y de finas maneras, Borges sólo pierde la compostura cuando se le menciona a Freud: honremos, pues, a Borges asociándolo con Edipo el hombre y no con el complejo. El genio de Borges, en especial en sus no ficciones, radica en su capacidad para ejemplificar lo que el hombre es: el sujeto y el objeto de su búsqueda.

Sobre su deuda con De Quincey, Borges afirmó que era tan extensa, que si señalase sólo una parte parecería que repudiaba o silenciaba otras. Pero una de las lecciones que aprendió de él fue a abjurar de todos los historicismos, incluyendo aquellos que explican exhaustivamente la individualidad del genio. Borges cita a De Quincey afirmando que la historia es una disciplina muy vaga y sujeta a infinitas interpretaciones, afirmación que necesariamente incluye la historia de la cultura y el pernicioso historicismo del difunto Michel Foucault, que destruyó los estudios humanísticos en el mundo angloparlante. Ofrezco a Borges —y con él, la literatura de la imaginación— como antídoto contra Foucault y sus resentidos seguidores. Borges, que se opuso valerosamente al fascismo y al antisemitismo argentinos, nos empuja lejos de la ideología y hacia Shakespeare.

En un cierto sentido Borges no escribió ensayos de peso; casi todos son cortos, como sus cuentos. Dos excepciones son: Historia de la eternidad (1936), que condensa la eternidad en 16 páginas, y Nueva refutación del tiempo (1944-47), que sólo ocupa quince páginas. Ambos son magníficos pero no han significado tanto para mí como muchos sueltos y fragmentos breves, de tres o cuatro páginas, entre los cuales destaco Kafka y sus precursores (1951), de dos páginas y media, y una frase que ha sido crucial para mí: "El hecho es que cada escritor crea a sus precursores". Borges era un idealista literario a ultranza que creía que las polémicas y las rivalidades no desempeñaban papel alguno en el drama de la influencia, cosa con la que yo no estoy de acuerdo. Y sin embargo Borges bien podría ser único en su género, pues sus precursores escribieron en inglés y en alemán y él, en español. De Quincey, Chesterton, sir Thomas Browne, el ineludible Edgar Poe, Robert Louis Stevenson, Walt Whitman y Kafka influyeron con más fuerza en la obra de Borges que Cervantes y Quevedo. Los precursores de Borges (él nos lo advierte) son innumerables: en sus poemas oímos ecos de Robert Browning que son sólo un poco más débiles que los ecos de Whitman, y a veces me parece que el más cercano a él de entre los escritores españoles era Unamuno. Surge la tentación de un laberinto borgeano pero prefiero ignorarlo: al fin y al cabo fue Borges quien nos enseñó que Shakespeare era todos los hombres y ninguno, lo cual significa que él es el laberinto vivo de la literatura.

Borges escribió un cuento extraordinario sobre Shakespeare: Everything and Nothing (título original del texto de dos páginas en español). El Shakespeare de Borges es en la práctica el primer nihilista, convencido de que "nadie hubo en él" (y fue el Yago de Shakespeare quien inventó el nihilismo europeo). Esta sensación de vacío lo lleva a iniciar una carrera como actor y, después, como dramaturgo:

Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth (...). Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser.

Después de persistir durante veinte años "en esa alucinación dirigida", Shakespeare se siente abrumado por el horror de los otros, y se devuelve a Stratford a vivir como "empresario retirado". Borges se atreve con un último párrafo que funciona, pero que se acerca peligrosamente al límite de la representación:

La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: "Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo". La voz de Dios le contestó desde un torbellino: "Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres mucho y nadie.

Es conmovedor y refleja el sentido trágico de la existencia que Borges comparte con Unamuno, aunque el homenaje al milagro de la universalidad de Shakespeare le da un giro afirmativo al pathos. Veinticinco años después, al final de su carrera, Borges escribió un último cuento, La memoria de Shakespeare, que resulta inerte: un profesor alemán de Shakespeare recibe el don improbable y equívoco de la memoria del poeta pero nada se nos revela —que no sepamos ya— antes de que le entregue la memoria de Shakespeare a otro, sobrecogido de angustia. Pero al final el gran Borges, de 85 años de edad, nos regala un momento sublime; después de ceder la memoria, el profesor repite "como una esperanza estas resignadas palabras":

Viviré tal como soy.

Son las palabras desafiantes de Parolles, el soldado charlatán y jactancioso, después de haber sido humillado y expuesto en A buen fin no hay mal principio:

Aún estoy agradecido al Cielo. Si mi corazón hubiese nacido grande, habría estallado con esto. No quiero ser más capitán; pero quiero comer, beber y dormir como lo haga cualquier capitán. Viviré tal como soy. Que el que se tenga por fanfarrón vendrá al fin a reconocer que es un asno. ¡Enmohécete, espada! ¡Desapareced, rubores! ¡Y viva Parolles con toda seguridad en la ignominia! ¡Siendo un loco, medré de la locura! ¡Hay sitio y recursos para todo hombre viviente! Voy en pos de ellos.

En contexto, esto nos hace estremecer y Borges nos empuja brillantemente a que contextualicemos. Nosotros (Borges tampoco) no podemos ser Shakespeare, pero viviremos tal como somos.