TEXTOS CAUTIVOS
08 diciembre, 2006
...:::La Adelfa Blanca™:::...____(White Oleander™)
About Me
Name:David Saä V. Estornell. Location:España, Spain "My Child Died From Sniffing Pain." - David Saä V. Estornell´s Father- The unofficial Saä Viccenzo´S Blog: "White Oleander"
“Durante la edad de los snacks, la revolución consistía en consumir golosinas, los gritos del confeti hacían estragos porque las muchachas bonitas lamían aún helados de nata. ¡Maldito Ronald McDonald™! Que robaste mis intentos de casa de papel y ternura con mujeres. Las reinas hechas de luz de un día, su imperio flanqueaba los hogares del subsidio, acallaban los pechos con laxantes, dormían su sexo con baratijas del cliché y un Vogue de mamá. Los trajes eran diversión en aquel otoño en el que el Sol anhelaba que las risas volvieran a sonar en las calles. Luz de un día, nos advirtieron que el sexo tenía mapas. Confundí el puño con los besos. La conjetura del divorcio abría heridas, manchas y fiestas. Nunca fui invitado. Mamá tenía colita.Llamé a casa, mi padre era el bebé que robó del orfanato. Sus tatuajes simulaban mi esperanza. Hablaban de corsarios y piratas, de hombres feroces que tendían la ropa cuando sus mujeres morían frente al televisor. En aquel olor aprendí a hacerme ofertas frente al espejo. Collar de ácidos, miraba por la ventana una calle con niños que jugaban, risas y llantos, los coches paraban porque aquel imperio era de las reinas. Alguien cabalgaba sobre mí, las ingles quedaban anilladas, los granitos eran síntomas de hígado enfermo y bistec de juguetes.Llamé a casa, mi padre era el bebé que robó del orfanato. Sus tatuajes simulaban mi esperanza. Hablaban de corsarios y piratas, de hombres feroces que tendían la ropa cunado sus mujeres morían frente al televisor. En aquel olor aprendí a hacerme ofertas frente al espejo. Collar de ácidos, miraba por la ventana una calle con niños que jugaban, risas y llantos, los coches paraban porque aquel imperio era de las reinas. Alguien cabalgaba sobre mí, las ingles quedaban anilladas, los granitos eran síntomas de hígado enfermo y bistec de juguetes.La culpabilidad, mi obra maestra inacabada.John Wayne nunca fue mi padre, su levadura se clavó en la memoria de mamá. Un espectro rubio jugaba con marcianos y gobernantes políticos, futuro fermento de hipermercado. La psicosis estaba en ellos, adultos de la patria y el sagrado Jesús que nunca visité. Incendios borrachos, divorcios en la Iglesia, yo saludaba a Cristo la cara de Elliot que sonreía a E.T. Nadie vino de las estrellas a rescatarme. Nadie me susurró otras esperanzas. Todos mis profetas se ponían en cuclillas y besaban mi cabello, decían les recordaba a un tiempo vivido, a una excusa de globitos de colores húmedos. Vendavales de muñecas de trapo, Barbie™ fue siempre mi madre, ella me dejó atado en el aparcamiento, allá donde se reunían suicidas, camioneros y amas de casa con zapatos de aguja del infierno. Tintes de culebrón, quise ser reina y no llegué a sus mandíbulas. Nadie retrocedía ante mí, el mundo era extraño. Yo nunca conocí sus miradas. Me prometían que el Sol nunca saldría, sus jugos de luz sangrarían desde otros orificios extraños. Sarcasmo de juguetes.
Una vez papá me compró un helado de nata. Los pantalones no tenían el monopolio de la crema. Una vez sonreí cuando papá me compró Un crucigrama de colores, olía a planes de Infancias. Una vez recordé que yo era niño cuando recordaba. Me hicieron esperar en la puerta junto a una manifestación. Los mutantes jugaban a llevar pancartas, yo soñaba con redimirme detrás de su lucha. Nadie moría no estaba permitido, a menos que cruzaras esas puertas. Desde lo lejos, un perro meaba en la rueda del coche de papá, un gato se lamía la entrepierna. Una clínica de abortos, en la acera un niño pintaba colorines, un gato se lamía la entrepierna, las personas graznaban como amigos que nunca tuve. Allí donde se inventaba el cielo, mi cuerpo muerto me observaba jugar con otros niños, puentes de algodón de azúcar. Rosa marica. Era su niña, era su palacio, era su episodio de tristeza. Un secreto, tan sólo las adelfas me escuchaban. Mi búsqueda de identidad velaba el amor que no me daban, Aquel que no sentía.Fui en mejor virus del que se contagiaron en aquel baño público. Cosméticos de grasa de ballena, se morían por mis huesos,En un mundo donde ya no había combas sobre las que saltar, El mundo apostaba nuestros cuerpos. Carne de Teluro, pez postmoderno el cajón de las píldoras era yo. Esas cosas de ratas eran mejor que los muertos.Tras la ventana, yo me obligaba a usar el collar de perlas que papá utilizaba con sus chicos. Fama de retrete, sonrisas de catálogo, soñaba con no estar ahí.Ahora sólo quiero estar aquí, en mí. Sin pasado y sin futuro. Nadie me ayudó a nacer, había un gritería, su intención se hico cicatriz.Mi primer novio no sabía qué quería, estaba aún en los cuentos donde yo soñaba estar. Ya sabes, Coche gratis, padres gratis, dinero para copas, mi primer novio me encontró en un callejón.
DC's
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Five Examples: Dark
1. Lying
Some people have so much internal confusion that they lie when the truth is better. The worst case scenario is the letter o shown here. This is the pathological liar. He will make up stories and is basically not trustworthy. He probably does not know what the real truth is. This trait and other levels of communication are shown in the lower case letter o. The letter o is a communication letter. You will notice that you can also see the other traits in the letter o such as: secretiveness, self-deceit, talkativeness, and frankness. The lying loops, as I call them, are a combination of a large secretive loop and a large self-deceit loop. It is shown by two huge inner loops in both halves of the letter o that cross. Together, this writer is deceiving others and himself! He simply forgets what the truth is! Any loop, wherever you find it, is imagination. Therefore, if a loop is in the upper zone, one might imagine things associated with philosophy, religion, or ethics. If the loop is in the lower zone, the imagination might be physical or sexual. If the loop is in the middle zone, like the letter o, the writer imagines things pertaining to daily events. Since the o is a communication letter, you get imagination as to what someone tells you. The bigger the loops the more he lies or the more secrets are being kept.
2. Low Self Esteem
In handwriting, a low self-image is shown by a low t-bar. The cross of the letter t is on or below the top of the middle zone. A low self-image is also revealed by a very small personal pronoun I. Since capital letters indicate the strength of one's ego, a small letter I reveals the writer doesn't have a great amount of ego strength about himself. Look for the personal pronoun capital I. To confirm any indication of self-esteem, look to the height of the cross on the letter t. At the state fair, there is always a tall pole with a bell on top. People take turns swinging a huge hammer that propels a metal cylinder up the pole toward the bell. Only a few men can actually make the bell ring. The letter t is much like that game at the fair. The stem is much like the pole. The cross of the t is where the metal cylinder stops after the hammer is swung. If the t-bar is crossed on the very top of the stem, the bell rings and "We have a winner!" Alternatively, if the t-bar is crossed on the lower side of the t-stem, we have someone who isn't very powerful (low self-esteem). The height of the t-bar also correlates exactly with the goals. A low t-bar signifies low goals. A high t-bar signifies high goals[...]
LOS ARCHIVOS DE JUSTO SERNA
Microhistoria de un mundo hecho pedazos
¿El hombre feroz?
Posted in La felicidad de leer, Cine, psicoanálisis, Antropología
¿Hablamos de hombres-lobo? No, no crean que la figura del licántropo es sólo un personaje antiguo, propio de culturas arcaicas aquejadas de atavismos. Es también un carácter de nuestros días: gente que muda de piel y que se deja dominar por sus instintos, por el influjo dañino de la Luna. O gente patética que es recreada en novelas recientes. Me refiero a La noche del lobo, de Javier Tomeo. En este escritor, los animales suelen desempeñar papeles estelares o parlanchines, al modo de las viejas fábulas. Pero, en Tomeo, lo más significativo no es eso. Lo propio de este autor es idear mundos con individuos que se sienten como animales (como fieras), o a quienes el lector acaba viendo como monstruos (como bestias). La última novela que de él he leído y que les recomiendo como insano divertimento para estos días de Puente es precisamente esa que citaba: La noche del lobo.
El lobo es una figura muy interesante de la cultura occidental: tan interesante como para que la rodee un ambiente de mito y de leyenda. A él se le han dedicado cuentos y de él se ha destacado su rapiña: su temible ferocidad. Destruye haciendas, devora rebaños enteros y con Caperucita…, pues con Caperucita quiere tener trato carnal. El lobo feroz se embosca, se oculta, vive en la oscuridad y acecha para nuestro horror y para nuestra perdición. Pero no es del lobo exactamente de quien quiero hablar, sino de un pariente cercano: del licántropo.
Qué tristeza la suya. La del licántropo, me refiero. Por un lado, los hombres-lobo nos producen instintiva repulsión. Nos provocan rechazo porque son el fruto insólito de una dentellada o de una cópula bestial, porque son híbridos antinaturales, compuestos informes; pero sobre todo porque su apariencia extraña, inaudita, parece revelar la perversidad de su alma menoscabada, sin interlocutor. ¿A qué se debe su ferocidad lunática, esa ferocidad que, por ser hombre, es maldad? El licántropo es un humano monstruoso, desamparado, sin identidad definida ni estable, un humano que experimenta una metamorfosis con la Luna llena, un ser que da aullidos de soledad y que mata provocando dolor gratuito. Es la suya una doble naturaleza, mitad hombre, mitad bestia, y eso, esa aleación incongruente, nos repugna, pues atenta contra el buen sentido y el orden natural, contra la sensatez y la estabilidad previsible de las cosas. El género de terror hizo suyo este miedo ancestral al híbrido, al monstruo, a la metamorfosis, porque ese cambio de naturaleza explicaría los instintos más dañinos, la propensión a infligir mal que anida en nuestra alma. Pulsión de muerte, la llamó Freud.
Pero, al margen del dolor, la simple visión del híbrido produce espanto, precisamente porque nos enfrenta a una personalidad maleable, cambiante, de índole confusa: a un ser indefinible. Hay en él una disolución del yo y una confusión entre partes incompatibles. Los relatos clásicos que recrean la figura del hombre-lobo atribuyen esa condición a grupos muy diversos. A los húngaros-transilvanos, por ejemplo. Pero también a los normandos, a los pieles rojas, a los galeses, a los cárpatos. Etcétera. Es decir, a toda etnia que despierte algún tipo de sospecha, a todo grupo al que se adjudiquen características insólitas. Aunque es un personaje muy varonil –al fin y al cabo, a su repulsivo hermano, el lobo feroz , le gustan las niñas–, hay relatos en que adopta el perfil de una mujer maligna: en esos casos, claramente emparentada con la zorra de los cuentos.
De todas las narraciones de hombres-lobo que recuerdo haber leído, una de las mejores es El Campamento del lobo, de Algernon Blackwood, extraído de la serie de John Silence. Es un relato evidentemente alegórico, como suelen ser los mejores del género y su moraleja es muy edificante. En cada uno de nosotros hay un cuerpo fluido (o un Doble) en el que tienen asiento nuestras pasiones, nuestros deseos. Mientras está sofrenado y unido al cuerpo físico no hay peligro. Pero si se relajan los lazos de la civilización, del control y de la contención, ese cuerpo fluido puede proyectase fuera. ¿Qué ha de ocurrir para que tal eventualidad se cumpla? Un deseo fuerte, irreprimible, que quede sin satisfacer. Si por nuestras venas corre, además, sangre salvaje (de un piel roja, por ejemplo), la explosión libidinal es segura y nos convertiremos en una fiera, en un hombre-lobo, por ejemplo. Etcétera, etcétera. Admitirán que la historia del británico Algernon Blackwood tiene evidentes resonancias freudianas, ecos que yo no fuerzo, sino que están en un tiempo, 1908, en que el psicoanálisis comenzaba a ser ya la “peste” que se extendía (en palabras de su creador)[...]
EL RINCÓN DE ALVY SINGER
About Me
Name:Alvy Singer Nacido hace dieciocho años, futuro ex estudiante de periodismo en la UAB, y hacedor de la mediocre bitácora que leen.
Come writers and critics
Who prophesize with your pen
And keep your eyes wide
The chance won't come again
And don't speak too soon
Bob Dylan, The times they are a changin’- CONTAR HISTORIAS
Hacía tiempo, mucho tiempo que no me conmovía tanto con una película. Y me empezaba a preocupar: ya me daba por pensar que cuando yo veía cliché fácil (bonito, entretenido pero fácil sin alma) en Big Fish era por mal humor no porqué realmente aquello no fuera más que una versión condensada de lo que debería haber sido un viaje autoindagatorio. Pero es que M. Night Shyamalan me ha vuelto a dejar tan fascinado como cuando vi su estupenda y antes preferida (de su filmografía) El Protegido.
El Bosque hablaba de una sociedad fanática y llena de miedo, de una comunidad represora que temía a lo distinto, que necesitaba y tenía en su motivo el miedo como único punto de unión, el miedo a lo distinto, el miedo al cambio. La joven del agua es la necesaria otra cara de la moneda: un cuento de hadas que habla de la solidaridad como un posible vínculo de unión entre seres humanos que se sienten desesperadamente solos en el mundo. Es también desde ya una de mis películas favoritas y por supuesto, hasta el momento, la que me parece más arriesgada y radical de toda la carrera del realizador del Sexto Sentido.
Me contaba un amigo cosas muy positivas sobre esta incomprendida película: me gustó mucho – aseguraba – parece que Shyamalan hace una autoparodia de sí mismo. Y es cierto: Shyamalan hace lo que Allen en Recuerdos (que, oh sorpresa, también fue uno de sus films más vapuleados), lo que Fellini en 8 y ½: reflexiona sobre sus elementos pasados, sobre el lenguaje mismo de las ficciones (por ende de sus ficciones) para abrir nuevos caminos e innovar a cada paso. El personaje del crítico es una parodia profética e inteligentísima de la gran mayoría de reacciones cinéfilas posteriores: Shyamalan pasa de academicismos, de dogmas narrativos, para hacer su película y los que están con él, salen ganando.
Un cuento de hadas moderno que, como el libro de Ran en el futuro de esta historia, nos da oxígeno en un mundo oscuro. Shyamalan realiza un auténtico tour de force que no me parece exagerado ni almibarado: en 95 minutos uno tiene dos sensaciones gratificantes, la primera de estar asistiendo a una emocionante fábula sobre el tiempo en que vivimos, y la segunda es la de visionar a un realizador que se ha arriesgado sin miedo a que le reprochen los más retrógados cosas como su (falsamente) típico giro final o la ausencia de “miedo” en sus películas (a la que someten implacablemente). En definitiva: un tributo auténtico a los soñadores, a la solidaridad, y al arte de contar historias para comprender un poco mejor la, casi siempre, oscura realidad que nos envuelve. Inmejorable[...]
FANTASIA MONGO II BY MACISTE BETANZOS
Emisión satélite
Viernes
08, oo.- Desayuno con dementes
Incluye tabla de gimnasia de Marcial Carracedo con su partenaire Greta Madreselva (nuevo maillot), Plaza de abastos con la gilipollas de la noche de Cuatro, El hombre de la gabardina con nuestro embozado favorito exhibiéndose hoy en dos colegios de infantil en Vallecas y la habitual Tertulia de Prensa, hoy con invitados de gran clase (la Veronica Lake, Arévalo, La Maña, un defensor del pueblo muy mayor e Isabel San Sebastián, ajena a todos).
10,00.- En dias así
El gran magazine de la mañana. Hoy como es fiesta Martita Guestinjaus libra. La sustituye Johnny Finolis, habitual de su tertulia del corazón (si, el de El Tenderete). No creo que introduzca demasiadas novedades salvo un coito anal sin condón entre este infraser y un chulo de la Casa de Campo, que se ha traído de la noche anterior. Además: actuación de Bordón 4, un echador de cartas al que le faltan las dos manos, un hipnotizador de viejas y el conocido Angel Cristo que retorna con su nuevo show Tigres de papel. Entrevista semanal con la madre de Rocío Vaninkof, que aportará datos muy valiosos sobre el asesinato de Kennedy y a partir de las 13.30 la tertulia política, con los mismos del Desayuno pero ya más despiertos y con las ideas superclaras.
14,00.- Piscolavis con el Fulgencio
Como es viernes, víspera del fin de semana, hay Especial Antropofagia. O sea, que seguirá cocinando cosas con ojos. Hoy: ¿A qué sabe un niño?. Los sabrosos muslitos, el gracioso culete, el indefinible costillar, el bonito entrante de los mofletes, el divino postre de sus guevas, la ricura de su cebolleta. Cadáver autorizado por Sanidad y Consumo.
15,00.- Estamos jodidos
Las noticias desde otra óptica. Muy desilusionados con todo, a punto de mandar el planeta a la mierda. El mal rollo de la redacción seguido al minuto. ¿Por qué mentimos tanto, a santo de qué tanto sesgo?. El dinero y el cuarto poder. Teléfono para aludidos. Incluye la habitual apología del terrorismo e ilegalidades varias. Nos quedan dos telediarios: micro espacio apocalíptico de M. Betanzos. No hay ni información metereológica ni deportiva. Espacio conducido por Angeles Mamut y Pedro Ditirambos[...]
JOHN CHEEVER
Nadie le pide coherencia a nadie. Porque nadie es enteramente coherente. Hay que desconfiar en los que se dicen ser “de una sola línea”. Cuando alguien se pone como ejemplo de coherencia entre lo que dice y lo que hace, hay que arrancar lo más lejos que se pueda de él. Cheever como escritor es coherentemente sólido, pero como persona es pura contradicción. Por un lado: protestante, conservador, casado con hijos, lector de Ovidio, Virgilio y Homero. Por otro: homosexual, alcohólico, drogadicto, fumador empedernido. Ahí está John Cheever, un miembro representativo de la especie humana. Alguien en quien confiar.
La “realidad”, la vida como se aguanta, es algo que está ahí, que simplemente pasa. No hay un “deber ser” para lo que ocurre, el universo simplemente es. Y nosotros entendemos poco y nada. De ahí que el mundo nos parezca un lugar tan caótico. En este sentido las contradicciones sólo aparecen cuando a alguien se le ocurre hablar sobre lo que nos pasa. Porque sólo entonces sacamos de los bolsillos nuestras creencias, aspiraciones y criterios de lo bueno y lo malo que hay en el mundo. Es cuando narramos la vida que nos ponemos pesados y nos da por criticar. Pero como no podemos evitar las ganas de contar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, encontramos contradicciones en todos lados. Y así es como descubrimos que somos imperfectos, incoherentes, estúpidos y, en suma, contradictorios. Algo así como John Cheever, un miembro representativo de nuestra especie.
Cheever, el autor, es algo muy distinto. “No poseemos más conciencia que la literatura”, dice. “La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo”. Sí, salvar al mundo, cree Cheever. Y en este caso, en su caso, con su obra, salvar de paso a sus lectores.
Uno lee siempre a los críticos literarios hablando sobre escritores que quieren volver a “paraísos perdidos”, o que habitan “paisajes láricos” y esas frases toman la forma de un gran bostezo. Bueno, Cheever habla sobre lo mismo, pero desde la perspectiva de la clase media norteamericana. Es el cronista del existencialismo “en la medida de lo posible”. En sus relatos vemos a vecinos de suburbio buscando, sin saberlo, las respuestas al sentido último de la vida. Porque Cheever es uno de ellos, por eso escribe fuera de las fronteras del edén. Sus historias nacen de la mirada de un observador que no fue invitado a la fiesta del barrio. Y es entonces cuando su pluma adquiere ribetes místicos. Porque cuando Cheever describe los suburbios, y de paso a la “América profunda”, lo hace a sabiendas de que el paraíso está lejos de encontrarse allí; de que el cielo en la tierra es un postulado tan absurdo como el de la pretensión de una borrachera sin resacas.
Y es aquí donde se entiende porqué la persona John Cheever es el imprescindible reflejo simétrico del Cheever escritor. Porque el único lugar donde es posible armar a voluntad ese caótico estado que es la existencia se encuentra dentro de una página de papel; a veces es ahí, y sólo ahí, donde nuestras vidas pueden aspirar a escapar del absurdo y apelar a la redención. Porque lo que sigue al punto final de un relato es lo más parecido a ese descanso eterno que soñamos después de la muerte.
Semanas antes de morir, en una entrevista, habla Cheever sobre el Más Allá:
“Nunca me he hecho esa pregunta porque es algo que me parece poco importante. Lo que a mí me preocupa es sacarle todo el provecho posible al mundo en que me encuentro. Y subrayo la idea de ‘me encuentro’. Porque se trata de un mundo al que no llegué por casualidad o en el que yo me haya adentrado. Es un mundo en el que me pusieron. Y darle algo de sentido y orden a este mundo siempre me ha parecido la más interesante de las empresas posibles”.
***
Me llamo Johnny Hake. Tengo treinta y seis años, y descalzo mido un metro setenta, desnudo peso setenta kilogramos, y por así decirlo ahora estoy desnudo y hablando a la oscuridad. Fui concebido en el Hotel Saint Regis, nací en el Hospital Presbiteriano, me crié en Sutton Place, fui bautizado y confirmado en San Bartolomeo, estuve con los Knickerbocker Greys, jugué al fútbol y al béisbol en Central Park, aprendí a actuar en el marco de los toldos de las casas de apartamentos del East Side, y conocí a mi esposa (Christina Lewis) en uno de esos grandes cotillones del Waldorf. Estuve cuatro años en la Marina, ahora tengo cuatro hijos, y vivo en una zona periférica llamada Shady Hill. Tenemos una bonita casa con jardín y un lugar exterior para asar carne, y las noches de verano, cuando me siento allí con los niños y miro la pechera del vestido de Christina que se inclina hacia delante para salar la carne, o que simplemente contempla las luces del cielo, me emociono tanto como puede ser el caso con actividades más temerarias y peligrosas, y creo que a eso se refieren cuando hablan del sufrimiento y la dulzura de la vida [...]
El ladrón de Shady Hill
Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan:
-Anoche bebí demasiado. -Quizá uno oyó la frase murmurada por los feligreses que salen de la iglesia, o la escuchó de labios del propio sacerdote, que se debate con su casulla en el vestiarium, o en las pistas de golf y tenis, o en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufre el terrible malestar del día siguiente.
-Bebí demasiado -dijo Donald Westerhazy.
-Todos bebimos demasiado -dijo Lucinda Merrill.
-Seguramente fue el vino -dijo Helen Westerhazy-. Bebí demasiado clarete.
Esto sucedía al borde de la piscina de los Westerhazy. La piscina, alimentada por un pozo artesiano que tenía elevado contenido de hierro, mostraba un matiz verde claro. El tiempo era excelente. Hacia el oeste se dibujaba un macizo de cúmulos, desde lejos tan parecidos a una ciudad -vistos desde la proa de un barco que se acercaba- que incluso hubiera podido asignársele nombre. Lisboa. Hackensack. El sol calentaba fuerte. Neddy Merrill estaba sentado al borde del agua verdosa, una mano sumergida, la otra sosteniendo un vaso de ginebra. Era un hombre esbelto -parecía tener la especial esbeltez de la juventud- y, si bien no era joven ni mucho menos, esa mañana se había deslizado por su baranda y había descargado una palmada sobre el trasero de bronce de Afrodita, que estaba sobre la mesa del vestíbulo, mientras se enfilaba hacia el olor del café en su comedor. Podía habérsele comparado con un día estival, y si bien no tenía raqueta de tenis ni bolso de marinero, suscitaba una definida impresión de juventud, deporte y buen tiempo. Había estado nadando, y ahora respiraba estertorosa, profundamente, como si pudiera absorber con sus pulmones los componentes de ese momento, el calor del sol, la intensidad de su propio placer. Parecía que todo confluía hacia el interior de su pecho. Su propia casa se levantaba en Bullet Park unos trece kilómetros hacia el sur, donde sus cuatro hermosas hijas seguramente ya habían almorzado y quizá ahora jugaban a tenis. Entonces, se le ocurrió que dirigiéndose hacia el suroeste podía llegar a su casa por el agua.[...]
El nadador