08 marzo, 2007

LIBRO. CLAUS Y LUCAS de AGOTA KRISTOF

En 1986, treinta años después de huir a Suiza con su marido y su hija recién nacida, la narradora húngara escribió en francés El gran cuaderno, primera entrega de una trilogía que la consagró como novelista. En una entrevista en su casa, en Neuchâtel, afirma que ha dejado de escribir y habla de su vida: la infancia en la guerra, el exilio, el trabajo en una fábrica y el éxito.

Kristof llegó a Neuchâtel arrastrada por la política. Era 1956 y su marido había participado en Hungría en la revolución contra el régimen prosoviético. Cuando la revuelta fue sofocada, el matrimonio atravesó a pie la frontera con su hija recién nacida. Primero Austria, luego Suiza. "Mi marido se empeñó en que nos fuéramos", recuerda ahora la escritora. "Muchas veces he pensado que más habría valido que él hubiera estado dos años en la cárcel que yo cinco en una fábrica. Suiza me parecía el desierto. Lo pasé mal". Lo dice sin énfasis. En el fondo, habla como escribe: yendo al grano, sin circunloquios, sin subrayados.

En 1986, treinta años después de salir de Hungría, su suerte cambió completamente. Tras haber escrito en francés una serie de obritas de teatro que pasaron de estrenarse en cafés a retransmitirse por la radio, Agota Kristof pasó dos años redactando El gran cuaderno, la historia de dos hermanos gemelos a los que su madre deja durante la guerra en casa de una abuela que no los quiere y a la que no quieren. Inocentemente despiadados, la crueldad de los muchachos no tiene más límite que su propia supervivencia. La escritora hizo tres copias de aquella infancia descarnada y las envió a París: "Yo pensaba intentarlo en una editorial de por aquí, pero un amigo me convenció y envié la novela a Gallimard, a Grasset y a Seuil". A las dos primeras editoriales les pareció que una novela tan dura no encontraría lectores. La tercera la publicó. El éxito fue fulminante. Las ediciones y los premios se sucedieron, el libro fue traducido a 33 idiomas y Agota Kristof se convirtió en una referencia para miles de lectores en Francia. A El gran cuaderno le siguieron La prueba y La tercera mentira, las otras dos entregas de una trilogía en la que cada título es una vuelta de tuerca al anterior, dando versiones distintas, y hasta enfrentadas, de los mismos hechos.


El gran cuaderno ha conocido multitud de versiones teatrales en Alemania y Japón, desde donde reclaman continuamente a la escritora. Por supuesto, en Suiza. Y en España. En el Festival de Otoño de Madrid en 1999 pudo verse la versión que la compañía chilena La Troppa puso en escena bajo el título de Gemelos. Además, sigue pendiente su adaptación cinematográfica: "Un productor estadounidense compró los derechos y contrató a Thomas Vintenberg, el director danés, pero al final pensó que no era el más adecuado. Es curioso, yo pensaba que sí lo era. Posiblemente el más adecuado", comenta Kristof del director de Celebración, aquella salvaje historia familiar en clave Dogma. Con todo, no sería la primera vez que una novela suya pasa a la pantalla grande. En 2002 el italiano Silvio Soldini -autor de Pan y tulipanes- adaptó Ayer (publicada en España por Edhasa), la cuarta y hasta el momento última novela de la escritora húngara. "Se la cargó", dice ella. "Le cambió el final porque decía que la gente no podía salir desanimada del cine". Agota Kristof reconoce que aquella suicida historia de amor entre extranjeros en una fábrica es su novela más autobiográfica.

Con todo, Un relato autobiográfico es el subtítulo de La analfabeta, el libro que hace dos años apareció en Suiza y que la editorial Obelisco acaba de publicar en España. Allí la escritora cuenta sin adornos su propia historia en ochenta páginas, pero el resultado no le convence. "Me equivoqué al publicar esos textos. Es una recopilación de narraciones que, hace años, mandaba a una revista en alemán de Zúrich. No tienen ningún valor. Son redacciones escolares. ¿Por qué las publiqué? Entonces porque necesitaba el dinero. Ahora porque se empeñó el editor suizo. Estaban en el archivo del Estado, en Berna. Allí mandé todos mis papeles. A mí me daba igual. De todos modos, no hay quien entienda nada. Mi editor francés no lo quiso y en Alemania le dieron el premio de los críticos. Diez mil euros. No fui a recogerlos".

Desde que se le atragantó la historia de una muchacha enamorada de un hombre mayor, "un amigo de mi padre", Agota Kristof ya no escribe: "No lo necesito. Para mí la escritura es demasiado importante como para hacer algo que no me guste. Y no creo que me salga ya nada mejor de lo que escribí. ¿Para qué empeñarse? Tuve tres hijos y estuve casada dos veces. Nada de eso me impidió escribir. Quizás la fábrica... Ahora tengo todo el tiempo del mundo y no lo hago". ¿Y qué hace? "Como no puedo salir, veo la tele y me levanto tarde. Me encanta dormir, en parte porque sé que voy a soñar. ¿Pesadillas? También: que estoy en la escuela, que estoy casada otra vez...". ¿Y leer? "Leer sí leo, aunque menos que antes. Sobre todo, novelas policiacas, aunque luego no me acuerdo del nombre de sus autores. Últimamente también he leído a Pessoa". Además, en La analfabeta habla de Thomas Bernhard. "El problema es que ya he leído todo lo suyo. Me hacía reír mucho. Ya sé que es despiadado, pero por eso me hace reír, porque cuenta las cosas como son. Ahora estoy leyendo a otro escritor que no adorna las cosas, un húngaro, Imre Kertész. Cuando le dieron el Premio Nobel, los titulares de la prensa húngara fueron: 'Un judío gana el Nobel'. Pesaba más eso que el hecho de que fuera húngaro. Lo conocí una vez. Tuvo muchas dificultades para publicar en Hungría. Por suerte, lo tradujeron al alemán. Si no hubiera sido por eso no creo que le hubieran dado el Nobel".

Kristof se pregunta cómo habría sido su vida si hubiera vuelto a Hungría: "A menudo pienso en eso. Creo que allí habría sido más feliz. La gente es más cordial. Tal vez habría escrito más. Aquí pasé doce años sin poder escribir. En francés no podía y el húngaro se me iba perdiendo. Y la fábrica... Aunque peor que la fábrica fue luego trabajar en la consulta de un dentista. En un sitio no se podía hablar. En el otro, la gente no paraba".

CINE. PALÍNDROMES de TODD SOLONDZ

PALÍNDROMOS (PALINDROMES, 2004) Dir. Todd Solondz. Estreno en España Sept. 2006.


Todd Solondz, parecía un simple discipulo de Woody Allen cuando en 1985 se estrenó con más pena que gloria la película Schatt's Last Shot y algo más tarde y con algo más de experiencia y mala leche con Fear, Anxiety & Depression (1989) en la que incluso interpretaba al personaje protagónico. Ambos proyectos ni siquiera encontraron cabida en la anarquica cartelera española. Además del parecido físico con el director de Manhattan (aunque algo más feo), Todd Solondz se manejaba con poca pericia dentro del mundillo del cine independiente aunque con muchas ganas y no falto de talento, no sería hasta Welcome to the Dollhouse (Bienvenidos a la Casa de Muñecas, 1995), cuando veríamos a un director consciente de sus propias posibilidades cinematográficas y expresivas. La película cosechó el éxito en festivales tan famosos como el de Sundace, así como en el Festival de Toronto y finalmente en Berlín. Con Happinnes (1998) podríamos decir que se consagró en un cine que podríamos definir declaradamente como de autor. Con esta película cosecho innumerables éxitos el Premio de Críticos Internacionales en el Festival de Cannes y fue nominada para el Globo de Oro al mejor Guión. Storytelling (Cosas que no se olvidan, 2001) se estrenó en Cannes y participó también en Sundance y en el Festival de Nueva York. Palíndormes (Palíndromos, 2004), estrenada finalmente en España en el 2006, cosechó desiguales críticas. Para algunos uno de los trabajos más remarcables del pasado año, para otros un mero producto no apto para estomagos sensibles. En consonancia, con los últimos trabajos de Harmony Korine, Gummo (1997) o Julien Donkey-Boy (1999), con peor fortuna en nuestra cartelera, o con Larry Clark, Kids (1995) o Ken Park (1999), Palíndromes, estrenada esclusivamente en V.O. supone otra vuelta de tuerca en su manera de narrar, unas veces desde un ángulo más sesgado, otras jugando con el equívoco y la multitud de posibilidades del lenguaje cinematográfico.



Como un palíndromo, el mundo gira sobre sí mismo sin ningún cambio: es como mirarse a los dos lados del espejo. Mi película, sin embargo, es en último término una historia de amor, como lo han sido todas mis películas: historias de amor prohibido, amor por uno mismo. Porque realmente no hay historia que merezca la pena ser contada que no sea de amor. Al final de "El Mago de Oz", Dorothy, el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León aprenden que lo que siempre pensaron que les faltaba, lo tenían ahí. Aprenden, en un sentido, que no han cambiado en absoluto: siempre fueron valientes, compasivos, y estaban en su hogar. Nada cambia. ¿Pero es posible cambiar?.


En Welcome to the Dollhouse (1996), ya teníamos las coordenadas más reconocibles de su cine y, no lo olvidemos, de su éxito. Lo que en apariencia es una película de adolencentes en un instituto, se convierte en las difucultades de una chica adolescente fea, no fea de tele, sino una chica fea como la que podemos encontrarnos paseando por las calles de una ciudad. Dawn, podría ser sin lugar a dudas, un alter ego femíneo de su director, Todd Solondz. Sin embargo el hermano mayor de Dawn un outsider de similares características, opina: "No sabe la suerte que tiene de ser chica..." En definitiva una adolescente que comienza a encontrarse torturada, que hasta ahora no se había dado perfecta cuenta de la importáncia de su aspecto físico. En el instituto se ve acosada por los que la tíldan de lesbiana o llamándola despreciativamente "salchicha", incluso un chico perturbado la amenaza con violarla, cosa que Dawn no ve del todo con malos ojos a pesar de todo.



Los optimistas tienden a creer en esa posibilidad, con la implicación de que las cosas además cambiarán a mejor. La idea de que no podemos cambiar sugiere que no podemos mejorar, y nadie quiere creer esto, aunque algunos se pueden consolar con lo que también implica esta afirmación, no podemos empeorar. La pregunta es: ¿en que medida es posible el cambio y hasta que punto no lo es?. ¿Es nuestra naturaleza como un palíndromo de alguna forma, impermeable al cambio por mucho que, paradójicamente cambiemos?.

Algunos pueden encontrar la idea de que nunca cambiamos deprimente y determinista. Y aún así la incapacidad es en muchos aspectos liberalizadora, te libera entre otras cosas de la obligación de cambiar. Y aceptar esta incapacidad puede ser una manera de consolarse: nadie es inmune, todo el mundo debe ser quien es.


Happinness (1998), además de ratificar claramente el éxito festivalero del director, nos presenta una visión de la vida, todavía si cabe, más amarga que la anterior. Todd Solondz, se enfrenta ahora con todos los tabúes que amenazan la sociedad norteamercana: la pederástia, el sadomasoquísmo y toda clase de perversiones sexuales, los asesinos en serie, la crueldad de la sociedad norteamericana en particular o del mundo en general. Los caminos, aquí se bifurcan, los personajes se multiplican, la visión de ellos es un tanto más sesgada pero la historia gana en complejidad y sobre todo en la mala leche impúdica de plantear los temas.

Puede haber una sensación de estar condenado, pero también de redención. El arte, de cualquier forma que sea definido, si es que es definible, no tiene significado si no es transformador. Por supuesto, al mismo tiempo, debe hacer a cualquier persona mejor, o peor. Si no es así, no es arte. Aviva es retratada por dos mujeres, cuatro chicas de 13 a 14 años, un chico de 12 y una niña de 6 años. Es la primera película para todos ellos.