15 junio, 2006

LUNAR PARK


Para todos aquellos que por entonces no estaban en la habitación, va el resumen para el examen: yo escribí una novela sobre un joven, adinerado y alienado yuppie de Wall Street llamado Patrick Bateman que, además, era un asesino serial rebosante de la inconmensurable apatía característica del apogeo de los años de Reagan, durante los ‘80. La novela era pornográfica y extremadamente violenta; tanto que mis editores en Simon & Schuster rechazaron el libro amparándose en criterios de buen gusto y prefiriendo sacrificar un adelanto en la parte media de las seis cifras. Sonny Metha, jefe de Knopf, se hizo con los derechos y ya antes de la publicación la novela había provocado una enorme polémica y escándalo. Yo no dije demasiado porque no tenía ningún sentido hacerlo: mi voz hubiera sido ahogada entre tanto gemido indignado. American Psycho fue acusada de estrenar para los norteamericanos el concepto de que los asesinos seriales podían ser chic. [...] Los debates se sucedieron uno detrás de otro y ni siquiera la Guerra del Golfo en la primavera de 1991 distrajo la fascinación y las preocupaciones del público en lo que a la retorcida existencia de Patrick Bateman se refería. Y yo hice más dinero del que podía gastar. Fue el año de ser odiado.

Por ahora, aquí está esta novela
extraña y formidable y que arranca enumerando, una a una, por orden cronológico, las primeras frases de Menos que cero (1985), Las leyes de la atracción (1987), American Psycho (1991), Los informantes y Glamourama (1998). Enseguida Ellis anuncia que la primera frase de Lunar Park será “Haces una increíblemente buena imitación de ti mismo”. Pero la frase en cuestión recién aparece más de treinta páginas después. Para entonces ya sabemos lo que Ellis supo siempre: se sale más fuerte, pero nunca del todo entero, luego de haber sido expuesto a la radiación de la fama. Y se está condenado a habitar un mundo donde la línea que separa a la realidad de la falsificación es curva y se muerde la cola.

Lo que nos lleva al final, al último capítulo, a lo mejor que ha escrito Ellis en toda su carrera y a lo mejor que ha escrito cualquiera en mucho tiempo. Allí, Ellis –uno u otro, da igual– se excusa ante los lectores y se despide por fin de su padre y se pregunta a dónde se habrá ido y dónde estará ese hijo que no tiene en la vida pero sí en la novela.

Y le dice a uno que “tú eras quien yo necesitaba, te amé en mis sueños” y al otro que lo extraña, “que piensa en él” y que lo espera “aquí mismo, cuando quiera, en las páginas y entre las cubiertas” al final de un libro titulado Lunar Park. Y, leyéndolo, es como si también nos los dijera a nosotros.