28 diciembre, 2006

FINN

Finn, permanecía inmóvil sentado en el suelo de una pieza semivacía, parcialmente en penumbra. Había decidido enclavar allí, su pequeño fortín. Visto desde fuera, así, parecía un gesto irreprochable. Al principio no comía casí nada, solamente algo de fruta... tampoco decía casi nada, no tenía mucho que decir. Estaba callado desde hacía tiempo, se ocultaba en su habitación. Trataba de permanecer absorto y si cualquier recuerdo intentaba penetrar aquella intransigencia, inmediátamente era reducido a ridículos pensamientos balbucientes. Rememoraba recuerdos no ocurridos nunca, y los hacía reverberar hasta convertirlos en un simple eco que acavaba por perderse en la inmensa concavidad de su cabeza. Era fiel a su propósito mismo, su fidelidad hacia su cierto estado de no-existencia, aunque no dejaba de ser cierto, experimentaba la sensación de algo único, intrasferible y que empujaba su anterior estado, (aquí no consignado por falta de espacio) hacia el vacío. Así, trás hacer balance del tiempo perdido, recompuso como pudo, la poca dignidad que le quedava y se encerro en una habitación para que no le viera nadie. Fue así, como transcurridos los días, Finn no había hecho otra cosa que perder peso. Su habitual ayuno, era la manera menos dolorosa de iniciar una etapa nueva. De este modo, si en su empeño se cruzaba en su camino, la muerte, no se trataría entonces de un suicidio. Al parecer no solamente perdía en peso, se libraba, por así decirlo, de la resitencia en octanaje, que su cerebro segragaba bajo un estado corporal de total inoperancia. Hasta entonces, la cosa, solamente había consistido en desgaste moral y psíquico, a partir de entonces comenzada el desgaste físico. Finn comenzaba a semejar un animal moribundo y extinto, apelmazado entre los girones de ropa que nunca mudaba, un semblante pálido y mortuorio, una barba rala y unos cabellos lacios sobre la cara. Había empezado a experimentar estados de incosciencia, babeaba, sangraba por la nariz, se arrastastraba por la habitación con tal de desentumecerse. Las alucinaciones eran cada vez más frecuentes, era víctima de constantes ataques de ira y con una fuerza inusitada, era capaz de agrietar a puñetazos el sólido linóleo que cubría las paredes. A pesar de las contadas veces en que su adrenalína producía algún chispazo, por lo general su estado natural, era el de total pasividad y resignación absoluta, frente a los acontecimientos que tenían lugar ante él, precisamente cuando él, no estaba. Finn había optado desde buen principio, por despejar la incógnita y extinguirse poco a poco, como una llama a la que se le acaba el oxígeno. La razón por la cual Finn, tomó esta determinación, la dezconozco en gran medida, así que simplemente me limito a hacer conjeturas y a consignar experiencias compartidas. Tal vez yo fuera capaz de sacarlo de aquel atolladero, pero me limité a observarlo desde la distáncia. Seguro que de haber intervenido yo, algo se hubiera interpuesto, ya que Finn era una persona con una determinación y una fé ciega en sus instintos. Lo suyo era un suicidio sin desde hace tiempo premeditado, no se trataba de dar lástima ni de dejar una herencia, una huella o una indicación de sus razones para morir, ni siquiera, su última intención era la de guardar una última voluntad con la que ser recordado. Simplemente Finn no existió, ni para él ni para nadie. Se muy bien que a Finn, no le hubiera gustado, en absoluto el post, que sobre él estoy preparando en estos momentos, y que incluso sus fantasmas se confabularían con tal de que no viera la luz. De alguna manera le estoy dando mayor sentido a una vida imaginada que a la propia existencia, a la mía y a la de él, incluso a la de muchos. Si, se trata de una hazaña con claros visos de narcisísmo unidireccional. Una empresa dura aunque no duradera, tal vez algún pirata informático decida un día secuestrar mi blog para siempre, o qué, como ya lo hiciera con alguno de mis amigos, hiciera desaparecer todo rastro de dicha bitácora. Sería entonces cuando Finn desaparecería para siempre, ya que lo único y lo poco que se recuerda de él se halla aquí custodiado y previamente consignado, después de mucho meditar, y trás extraer lo poco y definitivo que en mi forzoso empeño, he sido capaz de rememorar sobre él, Finn, mi amigo en contadas ocasiones, ya que ni siquiera fue capaz, de depositar plena confianza en mi, mi compañero de breves correrías literarias, fuí yo, el beneficiario último de sus precisas palabras, el afortunado apéndice pegado a su persona. ¿Hace falta que describa aquí, en detalle, el último aliento de alguién, para mí tan querido, en última instancia? Finn, terminó sus días en su aciaga pieza en penumbra, casi desapareciendo bajo la alfombra, muy pegado al polvo acumulado, y finalmente precintado y llevado hacia ninguna parte en una cajetilla de tabaco, librada desde un acantilado a la suerte de la corriente marina de un mar embravecido, por ejemplo.