Atrocidades I
Intenté sacarle el cerebro por la nariz con un punzón pero no pude. Luego le hice astillas la uña del dedo gordo de un pie con un martillo. Logré insertar alguna de las astillas en la parte blanda del esfinter, la piel se podía estirar sin romperse... Todo aquello no me satisfizo. Intenté meterle las sobras de un pollo putrefacto por el culo, pero no era suficiente. Todavía me quedaban los restos cocidos de una niña pequeña que había raptado para la sobremesa. Intenté durante la vigilia acabármela pero no me apetecía cocida.
Cuantas veces habré ingerido carne humana sin saberlo por mediación de un carnicero siciliano de mi barriada. El carnicero hacía las delicias de la clientela con sus especialidades a base de: paletilla de ciervo, carne picada de caballo, costillas de alce... No había carne que no fuera humana en aquella carnicería. Cuando se descubrió todo... saber qué durante años mi familia y especialmente yo, habíamos estado engullendo carne humana me hizo rebentar de gozo y alegría. El carnicero era un imbécil... dejarse pillar así.
Me gustaba hacer fotografías de los cuerpos muertos o sedados. Una vez metí algodón en el culo de un chico y le prendí fuego, tuve que sacarlo y carbonizarlo aparte, luego volvía a meterlo totalmente negro, su orificio parecía veinte veces más abierto, era muy excitante. Solía venderle al tonto del restaurante chino grandes trozos sobrantes. Solía ser tacaño pero yo lograba desembarazarme de los restos.
Me gustaban las cabezas, conseguí una de un profesor de historia, la metí en un frasco... Me asegurarón que con aquellos líquidos y una buena descompresión, la cabeza se mantendría intacta... los cabellos comenzaron a caérsele, tuve que vaciar el frasco, meter la cabeza bajo el grifo, el pelo salía como si el cráneo estuviera cocido.
Aún menor, nunca le hice ascos al carpacho. Mi dieta se limitaba a carne carne carne carne... En poco tiempo empecé a engullirla cruda. Mi fantasía más recurrente por aquel entonces era la de secuestrar a la chica más guapa del colegio, arrancarle la piel de la cara, hacerle algunos rasguños en las mejillas con una navaja oxidada y echarle disolvente sobre esos preciosos ojos azules. Luego a disfrutar del espectáculo, verla llegar al colegio sin cara... rechazada por todo el mundo... Asqueante.
Cuantas veces habré ingerido carne humana sin saberlo por mediación de un carnicero siciliano de mi barriada. El carnicero hacía las delicias de la clientela con sus especialidades a base de: paletilla de ciervo, carne picada de caballo, costillas de alce... No había carne que no fuera humana en aquella carnicería. Cuando se descubrió todo... saber qué durante años mi familia y especialmente yo, habíamos estado engullendo carne humana me hizo rebentar de gozo y alegría. El carnicero era un imbécil... dejarse pillar así.
Me gustaba hacer fotografías de los cuerpos muertos o sedados. Una vez metí algodón en el culo de un chico y le prendí fuego, tuve que sacarlo y carbonizarlo aparte, luego volvía a meterlo totalmente negro, su orificio parecía veinte veces más abierto, era muy excitante. Solía venderle al tonto del restaurante chino grandes trozos sobrantes. Solía ser tacaño pero yo lograba desembarazarme de los restos.
Me gustaban las cabezas, conseguí una de un profesor de historia, la metí en un frasco... Me asegurarón que con aquellos líquidos y una buena descompresión, la cabeza se mantendría intacta... los cabellos comenzaron a caérsele, tuve que vaciar el frasco, meter la cabeza bajo el grifo, el pelo salía como si el cráneo estuviera cocido.
Aún menor, nunca le hice ascos al carpacho. Mi dieta se limitaba a carne carne carne carne... En poco tiempo empecé a engullirla cruda. Mi fantasía más recurrente por aquel entonces era la de secuestrar a la chica más guapa del colegio, arrancarle la piel de la cara, hacerle algunos rasguños en las mejillas con una navaja oxidada y echarle disolvente sobre esos preciosos ojos azules. Luego a disfrutar del espectáculo, verla llegar al colegio sin cara... rechazada por todo el mundo... Asqueante.