UN ARTISTA DEL HAMBRE
“En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños (...)”
Este cuerpo desacralizado ilimitadamente es, sin embargo, objeto de una sacralización por parte del ayunador que es espectador de su propia hambre, satisfaciendo así su espíritu de artista. Su fe es inquebrantable: "…estaba fanáticamente enamorado de su hambre", y su razón de ser está dentro de la jaula, no fuera de ella. El mundo -representado por el público y el personal circense -en su afán carnavalesco- exige la inversión del espectáculo: el ayunador debe comer. Aquí está le escisión entre él y el mundo y viceversa, entendido como otro elemento grotesco. Su arte no es entendido, su verdad se tergiversa, se deforma, a medida que el cuerpo también sufre una deformación irreversible: envejece. El artista obnubilado por su hambre debe, entonces, peregrinar de un circo en otro. Recordemos que circo significa círculo y cerco. Él pasa de un círculo en otro hasta llegar a lo excéntrico, a estar fuera del centro: "…aceptó sin dificultad que no fuera colocada su jaula en el centro de la pista, como número sobresaliente, sino que se la dejara afuera, cerca de las cuadras…"
El artista del hambre está distanciado del mundo, solo; ahora que está en el margen, al lado de los animales, su humanidad, su ser, se aleja . Nadie lo ve realmente ni disfruta del espectáculo de un cuerpo que goza de la inanición; aquellas miradas son de soslayo, los animales que comen trozos sangrientos de carne y que rugen y se mueven de un lado para otro son más interesantes, están vivos y en esa vida se yergue la amenaza de lo salvaje. El ayunador comienza a hacerse invisible hasta la auto inmolación: es sólo un podrido montón de paja y será enterrado con esa cobija natural a su muerte. Pero una jaula vacía debe llenarse. Viene la permutación. La pantera reemplaza al desecho humano que ya no es libre. La boca singular que no encontró nunca ningún alimento que le gustara es cambiada por unas fauces y dientes que desgarran, que están hechos para matar y comer. Esas fauces podrán rugir, mas no hablar. El animal salvaje, carente de lenguaje, nunca pedirá perdón, como lo hace el artista del hambre que ha fallado en su propósito. Sin embargo, por el sólo hecho de pedir perdón, él muere como artista. Ha llevado su arte hasta las últimas consecuencias. El hecho de morir por, para y en el arte lo redime y lo dignifica.