28 febrero, 2007

TERAPENTATÉUCO

1.- MIRA HACIA ABAJO DONDE LA SOMBRA SE ADENSA

Mi abuela murió sobre las 17:15 PM del sábado. Yo, estaba frente al televisor, cuándo la triste noticia, pero de todos modos, yo siempre había estado preparado... Mis padres, no habían ido a trabajar ése día, ni el anterior... Ayer, se celebraba un largo y concurrido sepelio y, mi único temor era encontrarme, con según que vivos. Un día de Navidad, mi abuela olvidó como se contaba el dinero, y después… El cuerpo estaba en la habitación, muy encogido, empezaba a estar frío y permanecía visiblemente amoratado. Nunca antes había visto un muerto, aunque la muerte en aquel momento, no tenía porqué suponer ningún misterio. Se empañaron algunos lagrimales y las heroicidades y las secreciones mucosas se sucedieron, alguién intentó "lo de la lengua" y luego, trataron de cerrarle los ojos disimuladamente, pero no parecía tan sencillo. Estaba todo pagado y predispuesto, sin duda. Estas cosas procuran "pagarse" con tiempo. Alguién se ocuparía de realizar ciertos trámites un tanto incómodos. Luego, alguién fue llamando a la familia más cercana, en una tarde, de un constante ir y venir de familiares y amigos. Se ocuparían del cuerpo… La noche anterior a su muerte, mi abuela había estado cenando, asistida claro, y yo creía, se revolvería por momentos, instantes antes de su muerte, pero apenas tragaba. Desde luego, nunca antes había concebido el deceso último de un ser humano, visiblemente fuerte como una flaqueza, ya que visto lo visto, parecía ser que nadie estaba diseñado para aguantar mucho. El sábado, mi abuela permanecía inmóbil en la cama, respiraba con dificultad. Ya por la tarde, cada vez parecía estar más fatigada y finalmente expiró. Vino, el forense y se aseguró de que no respiraba, buscó durante unos instántes el pulso, pero había desaparecido todo rastro de constantes vitales. Alguién se ocuparía de trasladar el cuerpo. El cuerpo no llegaría entonces a los 37 kilos, había sido una mujer corpulenta. El féretro no cabía por la puerta, a pesar de todo, no era tan sencillo, llevar con dignidad un cuerpo sin vida, enrrollado en una sábana blanca, cubierta para disimular las llagas.



La cabeza comienza por alimentarse de toda clase de fantasías y fanfarrias del pasado. Me acordaba de una serie de felices instantáneas de mi primerísima infancia. Revivía los calurosos días de verano en la playa, muy pequeño y ajeno a los problemas de los adultos. No veía el momento para poder volver a casa y desembarazarme de todo el dolor que me venía de fuera, de personas a las que no había visto en mi vida. Luego me dí cuenta de que la gente iba allí, al tanatorio para distraerse, macabra forma de alimentar una vida insulsa, bonita manera de distanciarse de la muerte y de escapar de la soledad.



En el tanatorio, había una recepcionista, un hall para invitados, una habitación aparte desde dónde velar por el difunto, allí de cuerpo presente, tras una ventana. Sudario blanco, maquillaje y rostro a la vista, con corona de flores al fondo. No resistíamos cierto embobamiento frente a toda clase de artificio ceremonial. La mirada se nos filtraba a través de una luz artificial fluorescente. El pensamiento en el que nos encontrábamos sumidos se interrumpía contínuamente con la llegada de nuevos vecinos con la firme intención de acompañarnos en el sentimiento. Toda mi intimidad era vapuleada y mi estómago removido en una nauseabunda amalgama de buenas intenciones.



A la mañana siguiente de nuevo madrugar, recepción en el tanatorio. Me sorprendió que algo tan desagradable se pudiera prolongar tanto en el tiempo. Para mayor conford, una antigua caldera para la calefacción no dejaba de filtrar, goteándo líquido y sorbiendo una emulsión mucosa como si el difunto estuviera resfriado y todavía vivo. Era entonces cuando yo decidía si quería utilizar mi solvencia en distracciones y evasivas de la mente para tranquilizar mi consciencia bombardeada de continuo con violaciones de mi espacio vital.



Prefería distanciarme de la misa, levantarme o sentarme obedeciendo la rigurosidad de la ceremonia. Tampoco recordaba ninguna plegaría del pasado, así que ni siquiera me había molestado en fingir articular palabra. Estaba allí por compromiso y no me avergonzaba en absoluto por mi largo tiempo incubado ateísmo.



Soñé que me llamaban por teléfono. Habían exhumado el cuerpo, ya que mi abuela, dando indicios de signos de vida, había estado dando golpecitos en la lápida. Nos la regresaron con un estado de salud inmejorable. Eso sí, con síntomas más propios del Alzheimer, que de una persona mentalmente sana. Sin embargo el sueño, no indicaba mi deseo de tener otra vez a mi abuela en casa. Siento decir esto pero mi abuela, se había convertido en una carga para el bienestar de la familia. Muchos años a expensas de las sucesivas fases de la enfermedad. Imagina una familia común con uno de sus miembros que de repente se convierte en alguién con brotes psicóticos y hazte a la idea de estar cenando y tener que ir corriendo a cambiar pañales o a limpiar la mierda.



2.- EN UNA RED DE LÍNEAS QUE SE ENTRECRUZAN



Imagina subir a un vagón de tren y sentirte observado por los ojos de cientos de desconocidos codiciosos. Date cuenta de que eres una persona encerrada en el piso de un edificio comunitario y que teme encontrarse en el ascensor con alguno de sus vecinos, a los que molesta el maullar de tu gato. Luego empieza a hacerte a la idea de tener que salir de casa, cruzar infinidad de calles y plazas, plagadas de personas que hablan y cuchichean entre ellas. Intenta evitar encontrarte por el camino, con alguien que te pregunte por la hora o por alguna calle, que es seguro que desconoces. Espera a que no hayan cambiado el horario usual de circulación de trenes sin previo aviso, y ten mucho cuidado de no hacerte un verdadero lío con los céntimos, si han modificado la tarifa por viaje entresemana ida/vuelta, ya que la despacha los billetes suele resoplar de impaciencia y mirarte con cara de pocos amigos. Sube al tren y busca un asiento que esté libre o a alguien dispuesto a apartar sus bártulos. Encuentra el ángulo idéneo lejos de las miradas insistentes de desconocidos ojos codiciosos. Disfruta del soleado paisaje si estás sentado al lado de una ventana tintada.



Una gran estación de trenes concurrida por cientos de personas, lugar idóneo para reencontrarte con amistades olvidadas, viejos conocidos de viaje y absolutos desconocidos algo pintorescos. La gente fea viaja mucho en tren o en metro, la iluminación de los vagones y la cruda luz del sol, tampoco ayuda mucho a realzar sus encantos. La claraboya de la gran cúpula que cubre toda la estación, incide directamente en las caras de la gente fea que espera impasible su hora de embarque. Dos miembros de seguridad sordomudos con chaleco fluorencente hablando en signos entre ellos. Nadie me cede el paso. Todos ellos, cuando van acompañados tropiezan contigo y todavía te ignoran más. Me siento ignorado, no permiten que salga finalmente, de allí. Quiero salir de allí y la gente se abalanza sobre el tren al abrirse las puertas y cuando todavía falta mucho para la salida, te encuentras con que nadie allí contempla las mínimas leyes del decoro: Primero, dejar salir, para poder entrar. ¡Dejen paso!, maldita sea. No cerreis el paso, no os arracimeis en grupos para charlar en la zona de embarque.



Parece como si la gente de aquella clase me pidiera explicaciones con la mirada. ¿Qué hacía yo allí a aquellas alturas del semestre? Podría haber estado enfermo. Qué les importaba a todos ellos. ¿A quién pido los apuntes? Bueno, estaba claro que nadie me miraría con gesto reprobatorio. Parece ser que coger apuntes en una carrera de letras, hoy en día es el maximum del esfuerzo universitario. ¿Dejarme los apuntes de un día para otro? Nada, si la tierra me tragaba al salir de allí y los apuntes desaparecían conmigo. Siempre hay colas en reprografía, e insoportables que quieren fotocopiar las hojas de una libreta con anillas. Todos estábamos en las mismas, a la búsqueda y captura de los apuntes perfectos, si estaban a doble espacio y con letra gótica, mejor que mejor. Imposible deshacerse de los centimitos sueltos, perdidos en mi vieja cartera. ¿Alguién había hecho esquemas, ampliado los apuntes con bibliografía, sonsacado las preguntas más frecuentes para sucesivos exámenes? Tarea imposible saber, si el profesor de turno descubrirá que el trabajo de ***, está sacado diréctamente de internet. Por lo pronto, ya nos ha metido el miedo en el cuerpo. Al parecer, es especialísta en determinar la mano negra que ha intervenido en cada trabajo. No se si sabrá de la infinidad de métodos de búsqueda en la red.



De vuelta, espero pasar desapercibido en un rincón de la clase, lo más a la izquierda y con acceso rápido a la salida de emergencia. Los pupitres inclinados, parecían dispuestos a caerse sobre mí. Mi ansiedad y la rapidez con la que pretendía moverme por los pasillos, se habían traducido en fuertes retortijones y leves mareos, una vez en un lugar más confortable, producidos por cierta sensación de no poder verter mis opiniones sobre el debate que en aquel momento se estaba estableciendo. Algunas caras duras y a la vez perversas me producían cierto astrid e incluso algunas caras de perro, me miraban con ojos humanoides, y en definitiva acabé por experimentar un incipiente vértigo, como si fuera trasbalsando de un mundo a otro, malogrando mi existencia encallada, para perecer, allí. Había procurado, sin conseguirlo del todo, comprometerme, para empezar a obviar las risas y los cuchicheos que creía dirigidos hacia mí. Pero no podía dejar de experimentar la sensación de que alguien con malas intenciones, esgrimiendo un afilado cuchillo se dispusiera a abalanzarse sobre mí por la espalda, en aquel momento sin que yo, pudiera hacer nada útil por evitarlo.



3.- SOBRE LA ALFOMBRA DE HOJAS ILUMINADAS POR LA LUNA



Tenía la consoladora sensación… ¡Vaya!, parecía que todos los estrenos de la cartelera, para aquel viernes, los programas de televisión estrenados ese mismo día y los libros publicados por aquellas fechas, podrían estar perfectamente bien indicados para mí. ¡Si!, lo mismo debieron pensar todos los que se acercaban, a todos estos estos sitios, un viernes por la tarde. ¿Qué sentido tiene abandonar la redondeada cifra de los veinte y pasar a formar parte de un mundo, con personas exáctamente como tú, y cuya vida abandona un ritmo trepidante para discurrir más tarde, a velocidad senil? Aún a riesgo, de parecer recién deslomado por leer, El retrato de Dorian Gray --Poco a mi favor tengo que decir a este respecto, y muchas más evasivas que justificar en la cuenta de un rosario-- ¡Si!—excalmo--: El libro con el triste honor de haber concienzado infinidad de vidas sin sentido, responsable de crear meandros paralelos en insustanciales vidas, y cómplice en dar sentido a desauciadas existencias, por las que nadie daba un duro, hasta la fecha, acaba de hacer mella en el, hasta ahora perfecto, libro de viajes.



Todo se soluciona acercándose al espejo, primerísimo plano de unas pupilas completamente dilatadas, mirada líquida y blanco de ojo sin rastro de sangre. Nunca puedes estar seguro, tal vez estas siendo víctima inocente de una mentira y lo que es peor, ni siquiera, en el peor de los casos, dejas de ser cómplice de tu propia mentira. Nunca podré olvidar, aquella ocasión en la que me miré con mi ***, en aquel espejo de cuerpo completo y no pude disimular mi descontento, ya que parecía obvio que no formábamos una pareja. Nunca podré superar aquella decepción e indudablemente todo aquello contribuyó a la disolución definitiva de todo vínculo posible entre nosotros. Nunca más me miraría en un espejo que no fuera mío, o el de mi habitación de medio cuerpo. Estaba destrozado, pero en algún sentido, me podía recuperar de aquel mal trago. Cualquier decepción es un mal trago, pero... ¿Por qué me habré estado engañando?, ¿Por qué, salía perdiendo frente a cualquier comparación? Desde entonces, no he dejado de estar atormentado por todo ello, y desde que me acepto con mis dudosas inclinaciones ***…, es todo mucho peor. El mundo *** por así decirlo, supone un envoltorio perfecto para morir pronto y ser recordado joven. Por otro lado toda esa superficialidad…



He prolongado demasiado este juego, y a la deriva de una partida perdida de antemano, no consigo esquivar los numerosos embates de mi fustigada conciéncia. Estaré pecando otra vez de reduccionista, pero podría mientras tanto, alimentar un hipotético interior, --me niego a escribir la palabra “espíritu”, porqué me hace sentir, incluso más estúpido que con la palabra “interior”-. Escribir sobre todo ello, en realidad, sirve de bien poco. No sirve de verdadera terapia, ya que siempre me encuentro a expensas de cualquier clase de estilo. Por todo ello, lo que sea capaz de consignar, en este breve interludio, será un equívoco retazo plagado de sentimentalísmo, buenas intenciones, bonitas palabras y mejor cara, de la que en realidad, pretendía mostrar. En resumidas cuentas, supone algo parecido a un iceberg, del que solamente somos capaces de ver una pequeña parte que simula flotar por encima del agua, y dicho así y teniendo en cuenta, la maravillosa concepción del relato de Hemingway, todo resulta algo menos afectado, y por así decirlo, un tanto menos ridículo.



4.- EN TORNO A UNA FOSA VACÍA



Una cita a ciegas, en lugar de resultar algo atrevido y una estimulante nueva experiencia que sumar en tu haber, supone un esforzado juego de empatías --no ves llegar por ningún lado, el mometo oportuno para esquivar la mirada y derivar la conversación hacía algo anodino y falto de cualquier interés, que disuada al interlocutor de prolongar por mucho más tiempo, aquel disparate--, que de todos modos, no tardas mucho tiempo en abandonar a indirectas y evasivas, y cuando finalmente despejas la incógnita, te das cuenta de que él siente precisamente lo mismo que sientes tú por él, es decir, total indiferencia. Entonces, te sientes un poco desolado, como en aquella ocasión en que tu padre articuló palabra simplemente, para quejarse y soltar una serie de insensateces, sobre la responsabilidad de los hijos y la preservación de unión familiar, alimentado por un encendido debate de la televisión, regado por una serie de contertulios de pacotilla, y acerca de la unión familiar y sus derivados, que tenía lugar en aquel preciso momento.



Simplemente, ves en como tu vida se vacía por momentos. Te das cuenta de que la palabras “hijo-gay” y la serie “bienestar familiar” són totalmente incompatibles. También te das cuenta de que es imposible encontrar, entre los lugares comunes en que te mueves, a alguién con tus mismas inclinaciones y que además sea capaz de llenar, el vacío existencial que te acompaña en aquel momento. Recurres en última instáncia a la ayuda inestimable, hoy en día de la tecnología y a las posibilidades infinitas de encontrar la felicidad, haciendo buen uso de la gran autopísta de la información. Al parecer, sin internet, me vería abocado irremediablemente, a recorrer callejuelas oscuras y visitar locales de ambiente, inhóspitos y privados de un mínimo decente de salubridad. Si alguién, debe dar las gracias en este aspecto, soy yo, y por facilitarme, las cosas “grácias muchas”. La homosexualidad, para muchos, patológica, sintomática, claro indicio de inmadurez intelectual y de la más aberrante de las desmesuras, por dónde se reconoce de lejos, el tufillo del mal gusto, y de lo más declaradamente zen o kitsch, y que sigue siendo un risible e imperdonable pecado, a la vez que arquetipo de juventud e inmadurez. Todo el mundo espera con entusiamo el día del orgullo gay, como en la película de Berlánga Plácido, se esperaba precisamente la Navidad de las buenas acciones, para echar un hueso a un pobre indigente y sentarlo a la mesa de los más adinerados.



Maricas sí, pero en mi casa no. ¿Quién tiene la culpa entonces? Camille Paglia, diría que gran parte de la culpa es del propio “colectivo”. Fermento único, rebosante nido de plañideras, con claros síntomas de victimismo, e incapacidad para cualquier actividad de resistencia y compromiso político. No pretendo ser como esos periodístas de derechas o de izquierdas que llaman a Boris ***, “revientaculos”. Cada uno es como es, nadie representa a nadie, y cada uno determina qué decir, tal y como lo piensa y expresarlo del modo que le venga en gana… ¿Son todos los periodistas de derechas, tan hijos de puta cómo Jiménez ***? Y, aúnque en realidad, esté sembrado… No creo, en las unanimidades. ¿Son todos los escritores tan payasos como los tertulianos del programa televisivo de Sánchez ***?, ¿Nos merecemos la televisión que tenemos?, es decir Canal ***, y toda la serie de emisoras locales, en sintonía con el pueblo llano.


5.- ¿CUÁL HISTORIA ESPERA SU FIN ALLÁ ABAJO?



Reducido a falsas perspectivas, me encuentro de nuevo en un lugar concurrido. No puedo evitar la desagradable sensación que me producen las expresiones de la gente que se cruza conmigo por el camino. Ayer me desperté un tanto alterado, había vuelto a tener el mismo sueño extraño, me vestí rápidamente… Necesitaba mezclarme entre la multitud. Ir al F*** y curiosear entre sus artículos, recorrer las calles arboladas de C*** y continuar por la C/ X***. Huir de las perspectivas de algunos edificios, evitar la línea recta, perderme un rato entre El ** *** y el resto de comercios colindantes y en calles adyacentes. Hacer como que empiezo de cero, con todos sus inconvenientes asociados.