04 agosto, 2006

ISSIDORE DUCASSE: CONDE DE LAUTRÉAMONT: LES CHANTS DU MALDOROR

Lautréamont fue un extranjero en todas partes: montevideano en París, francés en Montevideo, ajeno a cualquier clasificación en cuanto a su obra, viene del goticismo morboso de Sade, Poe y Blake pero entronca con Baudelaire, que según A. Balakian también fue un extranjero en las corrientes literarias: llegó demasiado tarde y demasiado temprano. Ambos anteceden al Simbolismo por la destrucción a la que someten al discurso: menos feroz en Baudelaire y más radical desde lo metafísico en Lautréamont.

En "Les Chants..." proliferan monstruosas imágenes que no dejan de ser de última "símbolos". Recordemos lo que diría Baudelaire: "He pensado muy a menudo que los animales dañinos y repugnantes quizás sean solamente la vivificación, la corporificación, la aparición en la vida material de los malos pensamientos del hombre". Aquí hay una posible objetivación del Mal en lo animalesco tanto en Los Cantos de Maldoror, como en la estrofa de "Al lector"...; ambos están en esa niebla del fin del siglo, auténticos disidentes, según Thibaudet, tuvieron la lucidez de abrir las puertas del siglo XX.

Palabras sugestivas, seductoras que nos lanzan a lo absoluto. Afán de trascendencia desde el noveno círculo del Cono.

Si el verbo lautreamoniano es espermático en tanto germinativo lo es en relación a las corrientes que cierran el Siglo XIX: ¿qué corriente literaria o filosófica sustenta la poesía de este hombre? El espíritu finisecular, el posromanticismo, el Parnaso despersonalizador y marmóreo y el incipiente brote simbolista.

Si la figura de Ducasse-Lautréamont es un fantasma que se propuso y cumplió "No dejaré memorias", su obra viviente, metamorfósica es uno de los más extraños casos de la literatura del siglo XIX. Cerrando los LIMBES baudelerianos y abriendo en destellos de sensualidad L'APRÉS-MIDI D'UN FAUNE, Lautréamont crea un mito poético: la poesía vale por sí misma. Es materia que se autoabastece y alimenta.

Esta palabra que Lautréamont concibe como genésica y purificada para acceder a "le secrette cosse" será de enorme valor para el trabajo simbolista del texto. Pero hay más. El arquetipo del decadente que ya forjara poco a poco Baudelaire, se transforma radicalmente en el MAUDIT , en el repudiado, pero aún así el modelo de decadente lo perfila Ducasse en tanto su preocupación por el Abismo; ahora no es el Gouffre, como en Baudelaire, sino el Océano, como en Mallarmé será el Azur. El Océano como espacio inconmensurable y por eso "trascendente", espacio sagrado con sus vertiginosos abismos.

Estos "malditos-decadentes" son hombres que parten en medio la moral de su tiempo, derrotando al positivismo desde la poesía. La poesía fue reducto de descifradores, de malditos buscadores de fulgores nocturnos y flores en la carroña; lanzarse al mal como forma de reencontrar el sentido en un siglo que "mató a Dios".

Del grito que cierra "Al lector": "Hipocrite lecteur -mon semblable- mon frère!"; al rutilante insulto con que Maldoror recibe al lector en sus páginas iniciales: "...el lector enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee..." O bien, unos versos más adelante: "Lector, tal vez desees que invoque al odio al comienzo de esta obra...", y desde la poesía del escarnio y el ataque moral al lector, al hermetismo de los torremarfilistas: ¿qué ha pasado con el Lector? ¿Qué tipo de Lector están buscando estos artistas?

Los aullidos lautreamonianos, los sollozos verlinianos, los arcanos mallarmeanos cierran el XIX, para que en 1913, G. Apollinaire abra con "ALCOHOLES" la poesía contemporánea. Sin embargo T.S. Eliot retomará aquel reducto de erudición y pureza que Mallarmé dejó abierto desempolvando desde la Biblia hasta Baudelaire para crear uno de los monumentos literarios de la poesía del siglo XX.

" Plegue al cielo que el lector, enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee, halle sin desorientarse su abrupto y salvaje sendero por las desoladoras ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno.
(…)
Soñé que había éntrado en el cuerpo de un puerco, que no me era fácil salir, y que enlodaba mis cerdas en los pantanos más fangosos. ¿Era ello como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡no pertenecia más a la humanidad! Así interpretaba yo, experimentando una más que profunda alegría. Sin embargo, rebuscaba activamente qué acto de virtud habia realizado, para merecer de parte de la providencia este insigne favor. Más ¿quién conoce sus necesidades íntimas, o la causa de sus goces pestilenciales? La metamorfosis no parecio jamás a mis ojos, sino como la alta y magnífica repercusión de una felicidad perfecta que esperaba desde hacia largo tiempo. ¡Por fin habia llegado el dia en que yo me convirtiese en un puerco! Ensayaba mis dientes sobre la corteza de los árboles; mi hocico, lo contemplaba con delicia. No quedaba en mí la menor partícula de divinidad: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de esta voluptuosidad inefable.

(...)


Hay horas en la vida en que el hombre de melena piojosa lanza, con los ojos fijos, miradas salvajes a las membranas verdes del espacio, pues le parece oír delante de sí, el irónico huchear de un fantasma. El menea la cabeza y la baja; ha oído la voz de la conciencia. Entonces sale precipitadamente de la casa con la velocidad de un loco, toma la primera dirección que se ofrece a su estupor, y devora las planicies rugosas de la campiña. Pero el fantasma amarillo no lo pierde de vista y lo persigue con similar rapidez. A veces, en noches de tormenta, cuando legiones de pulpos alados, que de lejos parecen cuervos, se ciernen por encima de las nubes, dirigiéndose con firmes bogadas hacia las ciudades de los humanos, con la misión de prevenirles que deben cambiar de conducta, el guijarro de ojo sombrío ve pasar, uno tras otro, dos seres a la claridad de un relámpago, y, enjugando una furtiva lágrima de compasión que se desliza desde su párpado helado, exclama: Por cierto que lo merece; no es más que un acto de justicia.
Después de haber dicho esto, recobra su actitud huraña, y sigue observando, con un temblor nervioso, la caza de un hombre, y los grandes labios de la vagina de sombra, de donde se desprenden incesantemente, como un río, inmensos espermatozoides tenebrosos que toman impulso en el éter lúgubre, escondiendo en el vasto despliegue de sus alas de murciélago, la naturaleza entera, y las legiones de pulpos que se han vuelto taciturnos ante el aspecto de esas fulguraciones sordas e inexpresables. "

Cantos de Maldoror (fragmento)